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De aquí pasó á otra Ranchería, donde falto de fuerzas, sin poder sostener tantas fatigas y trabajos, desmayó de pura flaqueza, y asaltado de una fiebre ardientísima, se echó debajo de un árbol en un total desamparo de todo humano consuelo, abandonado aun de los neófitos Piñocas, y persuadiéndose no le restaba mucho tiempo de vida, se iba disponiendo para el último trance.

A los fines de Junio del mismo año se prevenía el P. Felipe Suárez para ir á cinco Rancherías de Morotocos, á atraer la gente al conocimiento del verdadero Dios; pero se hubo de detener algún tiempo por haber recibido carta del P. Visitador y Vice-Provincial Antonio Garriga, en que le ordenaba sucediese al P. Juan Patricio Fernández en el oficio de Superior de aquellas Misiones; con todo eso, por no perder la ocasión, fué allá y trajo felizmente para Dios el pueblo, del cual muchos se inquietaron después y quisieron volverse á sus antiguas miserias, por ser el clima poco conforme á su salud; mas premiando Dios los trabajos y fatigas de su siervo, que verdaderamente fueron grandes, especialmente una ardientísima sed de cinco días, sin tener una gota de agua con qué refrigerarla, se quietaron, finalmente, y se redujeron todos á ser cristianos y tomar casa fija en San Joseph.

Mientras que alegre y contento saltaba de placer y hacía fiesta por este su perniciosísimo escándalo, le empezó á correr por las venas un humor pestilente y se le encendió una fiebre ardientísima, que en pocos días le condujo á las puertas de la muerte.

Vinieron, pues, y con ellos creció tanto el número de los Catecúmenos, que ya la iglesia, aunque muy grande, no era capaz de tanto concurso, y fueron tantos los trabajos del santo varón, que sin tomar descanso, sudaba de día y de noche en cultivar aquellas almas, que aunque el vigor de la caridad le daba espíritu y aliento para sufrir los trabajos, con todo eso cayó enfermo de pura flaqueza del cuerpo que se rindió debilitado al grande peso de las fatigas y contínuas incomodidades en que vivía, y asaltándole una ardientísima fiebre que no le dejaba tener en pie, se vió precisado á postrarse en el duro suelo debajo de una choza descubierta por todos lados, en la cual, falto de todo conorte y destituído de todo remedio humano, en pocos días le consumió y trabajó tanto, que se vió reducido poco menos que á los últimos períodos de su vida.

Cuál fuese después en las Indias, no me parece lo podré declarar mejor ni con prueba más cierta y convincente, que con el universal sentir de toda esta provincia, que le acomodó aquellas palabras copiossisime Sanctus, con que San Agustín epilogó las virtudes de su grande amigo San Paulino, fundado este concepto tan alto en el grande celo, humildad profundísima, ardientísima caridad, trabajos apostólicos, desprecio de mismo y de su vida y otras heroicas virtudes, que conservó invariablemente en el largo espacio de cuarenta y uno ó cuarenta y dos años que aquí gastó en servicio de Dios y provecho de las almas.

Pasamos adelante y nos faltó totalmente la comida y bebida, y no teníamos qué dar al Padre sino unos palmitos, que primero nos sirvieron de alimento, mas después experimentamos malignos efectos, causando al Padre gran dolor de estómago, y una fiera inflamación de las entrañas, con ardientísima sed.