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Cállese dijo , no sea que le oiga mi viejito. Mientras los dos hombres encendían sus cigarros, volviendo á hablar de Manos Duras y la necesidad de perseguirlo, Celinda abandonó la estancia, montando un caballo con silla femenil. Media hora después galopaba por las inmediaciones del río, pero en otro caballo y vestida de hombre.

Contaba con su caballo, del que hizo grandes elogios, y que le permitiría obtener una gran ventaja sobre sus camaradas, alcanzándolos en el camino. El podía correr con más ligereza al ir solo, y sus amigos marcharían embarazados por el bagaje. Mientras tanto, su enviado galopaba hacia la estancia de Rojas. Al llegar á una tranquera la abrió, continuando su marcha por los campos de don Carlos.

¡Gringo chapetón!... ¡Maturrango que no sabe tenerse sobre el caballo! Conservaba Ricardo en el delantero de su silla un lazo de cuerda que le había regalado Flor de Río Negro. Mientras galopaba lo desenrolló, para arrojarlo sobre ella cada vez que estaba próxima.

A las seis de la tarde el insolente hidalgo galopaba en dirección a la villa de su residencia, cuando fué enlazado su caballo; y don Antonio se encontró en medio de cinco hombres armados, en los que reconoció a otros tantos de los comensales del cura. Dése preso vuesa merced le dijo Tupac-Amaru, que era el que acaudillaba el grupo.

Los peoncitos iban colocando en los postes del alambrado cráneos de vaca con los cuernos retorcidos, adorno rústico que evocaba la imagen de un desfile de liras helénicas. Por suerte, queda la tierra añadía el estanciero. Galopaba por sus campos inmensos, que empezaban á verdear bajo las nuevas lluvias.

Así hubiera sucedido indudablemente, pero en aquel instante resonó un grito a nuestras espaldas y volviéndome vi a un jinete que acababa de dejar la avenida y galopaba por el sendero, revólver en mano. Era Federico Tarlein, mi fiel amigo. Ruperto lo reconoció también, y comprendió que había perdido la partida.

Apenas divisaba Juan a lo lejos al cura, galopaba y venía a charlar un momento con su padrino. El caballo volvía la cabeza hacia el abate, pues sabía que siempre había un terrón de azúcar para él en el bolsillo de aquella vieja sotana negra, gastada, remendada, la sotana de por la mañana. El abate poseía otra muy linda y muy nueva, que se guardaba para las grandes ocasiones.

Le bastaba contemplar por breves minutos un rebaño de miles de reses para saber su número con exactitud. Galopaba con aire indiferente en torno del inmenso grupo cornudo y pataleante, y de pronto hacía apartar varios animales. Había descubierto que estaban enfermos. Con un comprador como Madariaga, las marrullerías y artificios de los vendedores resultaban inútiles.

Por una miseria, que era lo que solicitaba al presentarse cansado y hambriento, no valía la pena de irritarlo, atrayéndose su venganza. El ganadero, que galopaba solo por las llanuras donde pacían sus toros, tenía la sospecha de haberse cruzado varias veces con el Plumitas, sin conocerlo.

¡, hombre! si Baldomero lo ha comprendido y me lo ha dicho anoche. Creo que él piensa hablarle... ...¡Qué colmo sería!... Entretanto el Platero había disminuido sus impulsos y galopaba tranquilo como un caballo definitivamente domado. Sujetemos, don Melchor. Sujetemos contestó éste poniendo su caballo al paso.