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Yo les pego a todos contestaba Martín, como si esto fuera una razón. ...En la primavera, el camino próximo al río era una delicia. Las hojas nuevas de las hayas comenzaban a verdear, el helecho lanzaba al aire sus enroscados tallos, los manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor y se oían los cantos de las malvices y de los ruiseñores en las enramadas.

Adentro del carruaje, la dichosa Sol era toda exclamaciones: jamás, jamás, en su vida de huérfana pobre, había visto Sol correr los ríos, vestirse a los bosques fuertes de campanillas moradas y azules, y verdear y florecer los campos.

Los peoncitos iban colocando en los postes del alambrado cráneos de vaca con los cuernos retorcidos, adorno rústico que evocaba la imagen de un desfile de liras helénicas. Por suerte, queda la tierra añadía el estanciero. Galopaba por sus campos inmensos, que empezaban á verdear bajo las nuevas lluvias.

Al mirarle más atentamente, vi en sus ojos extraviados un aire de melancolía sombría que me hizo comprender que se trataba del hijo de los infortunados que acababa de dejar. «¿Qué tal, amigo mío le dije , te encuentras ahora mejor?» «¡Oh! yo creo que estaré mejor contestó cuando los árboles cambien la hoja, y cuando los prados vuelvan a verdear como antes; pero, me parece que por esta vez no habrá primavera.

La ausencia de estos dos últimos hería, más que ninguna otra, el amor propio de Currita, porque eran él y ella de esos pájaros que se retiran a tiempo del árbol que pierde su sombra y tienden el vuelo hacia el que comienza a verdear.