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»Ábrase paso el gentío de los creyentes al cuerpo de la mezquita por once puertas circulares que correspondan á otras tantas naves, tendidas del algufia á la quibla , y la nave central sea mas espaciosa que las laterales, descubriendo en su fondo á los extasiados ojos de los muslimes la maravilla nunca vista.

La embromaba con algún mozo que no le pareciese rival temible, improvisaba contra ella de vez en cuando algunas redondillas burlescas, que dejaban sorprendidos y extasiados a todos, muy particularmente a Rafael, que no se hartaba de reír y repetirlas, y contemplar con admiración a Andrés, como si el hacer versos fuese cosa de milagro, y la engañaba siempre que podía contándole alguna estupenda patraña, en medio de la algazara general.

A paso lento y menudo, con el manguito de rica piel de nutria puesto delante de los ojos a guisa de pantalla, bajaba a tal hora y por tal calle una señora elegantemente vestida. Tras dejaba una estela perfumada que los tenderos plantados a la puerta de sus comercios aspiraban extasiados, siguiendo con la vista el foco de donde partían tan gratos efluvios.

Todos nos quedamos extasiados en su contemplación. Lo que primero atraía la vista era la ciudad. La hermosa sultana del Mediodía reposaba del lado de allá del río con blancura deslumbradora, que le da carácter africano. Eran las cuatro de la tarde. El sol la bañaba con sus rayos oblicuos, pero vivos aún y ardorosos.

Frente a ella, violentamente iluminado por el resplandor de una lámpara eléctrica se hallaba Juan. Pálido y extraordinariamente enflaquecido, parecía contemplar con pasión algo que estaba sobre el muro y que ella no veía. Tuvo que sofocar un grito de sorpresa; tan cambiado lo encontraba. ¿Qué miraría con aquellos ojos extasiados?

Lo mismo Laura que yo hemos venido extasiados todo el camino contemplando las hermosas riberas del Lora. ¡Oh! Han llegado ustedes en la mejor estación. Es la época en que se evapora la cortina de nieblas que las ha tapado todo el invierno. Este país con luz sería muy bonito; pero desgraciadamente no la tenemos sino dos ó tres meses al año. El señorito Octavio no dejaba la sonrisa beata.

Cerca ya del anochecer, y cuando empezaban a volver en los extasiados personajes, propuso doña Juana que se adquiriesen algunas docenas de aquel número de El Ariete, y que se inundaran con ellas el distrito de su padre y la capital de la provincia; proposición que fué aceptada con entusiasmo, por lo cual pasó el resto de la noche la apreciable familia empaquetando periódicos y escribiendo tantos sobres cuantas personas notables de su país recordaba.