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En un artículo escrito por Mme. de Genlis, he visto que esta escritora atacaba vivamente las poesías de mi hijo: es esto una guerra hereditaria de familia a familia; Mme. de Genlis y mi madre representaban dos tendencias opuestas en el Palacio de Orleans.

Varias veces asistí á las sesiones del Congreso en Madrid, y tuve la fortuna de oir discurrir á los mejores oradores de todos los partidos. A juzgar por ellos, y teniendo en cuenta la intolerancia reglamentaria que les impide hablar con libertad, me pareció que España era superior en la oratoria á la España periodista ó escritora.

Debo indicar, que doña Francisca Larrea, esposa del entendido y digno alemán Böhl de Faber, era mujer de mucho entendimiento, escritora, lo mismo que su marido a quien eran muy familiares los primores de la lengua castellana.

Su confesor el Padre Gracian y otros teólogos, con sana intención sin duda, tacharon frases y palabras de la Santa y pusieron glosas y otras palabras; pero el gran maestro en teología, en poesía y en habla castellana, Fray Luis de Leon, vino a tiempo para decir que se podrían excusar las glosas y las enmiendas, y para avisar a quien leyere El Castillo interior «que lea como escribió la Santa Madre, que lo entendía y decía mejor, y deje todo lo añadido; y lo borrado de la letra de la Santa delo por no borrado, si no fuere cuando estuviere enmendado o borrado de su misma mano, que es pocas veces.» Y en otro lugar dice el mismo Fray Luis, en loor de la escritora, y censurando a los que la corrigieron: «Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas, fue atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer enmendar las palabras, porque, si entendieran bien castellano, vieran que el de la Madre es la misma elegancia.

Aquel edificio que la mística escritora habitó en Sevilla en la calle Pajería, fué convento hasta 1588, y el año 1882 el edificio, que se había conservado casi como estuvo en el siglo XVI, fué derribado, colocándose después en el que se levantó sobre su área, una lápida en la fachada que recuerda la fundación de la madre Teresa de Jesús y su estancia en nuestra ciudad.

Luego, doña Elvira, en las tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para acallar murmuraciones. Se hizo el vacío en torno a la escandalosa pareja.

Gozábase en abrumar con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos, esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con el armónico orden de las campiñas de Francia.

Y entre nosotros los ha expuesto recientemente, y aun defendido hasta cierto punto, una ingeniosísima escritora gallega, mujer de muy brioso entendimiento y de varia y sólida ciencia, bastante superior a la del maestro Zola, hombre inculto y de pocas letras, como sus libros preceptivos lo declaran.

Estuve poco tiempo; al llegar, me robáron quanto traía unos rateros en la plaza de San German; luego me reputáron á mi por ladron, y me tuviéron ocho dias en la cárcel; y al salir libre entré como corrector en una imprenta, para ganar con que volverme á pié á Holanda. He conocido la canalla escritora, la canalla enredadora, y la canalla convulsa.