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Hiciera buen o mal tiempo, veíasele a dos pasos de la quebrada, derecho como un centinela, el sombrero de fieltro encasquetado hasta las orejas, los pies en los gruesos zuecos rellenos de paja, abrigada la espalda con un capotón de paño pardo. Cuando pienso me había dicho Domingo que hace treinta y cinco años que le conozco y le veo siempre ahí...

El ros tuvo en sus orígenes plata y oro, insignias de comandante. Pecado le hizo ganar de un salto la mayor jerarquía militar con una prontitud que envidiaría la misma Gaceta..., ¡hala! Dejemos a Majito con el ros encasquetado, el sable en la derecha mano, en actitud tan belicosa, que si le viera el sultán de Marruecos convocara a toda su gente a la guerra santa.

Llevaba siempre el bolsillo de su faja bien apretado sobre el estómago, y si bebía, era cuando alguno de los gananciosos convidaba á todos los presentes. Enemigo de comunicar sus penas, se le veía siempre sonriente, bonachón, tranquilo, llevando encasquetado hasta las orejas el gorro azul que justificaba su apodo.

Su rompimiento con él fue un arrebato de su carácter atrabiliario; pero por no mostrarse débil, permaneció alejado, aunque sin dejar por esto de enterarse de la marcha de sus negocios. Entró en la alcoba del enfermo con el ademán soberbio, el cónico sombrero encasquetado y lanzando a su hermana una mirada de desprecio.

A fin de tener esta satisfacción honrosa, y tal vez para ganar algunos reales, porque se jugaba a diez por cada cien tantos, y él ganaba casi siempre, se violentaba el médico hasta el extremo de afeitarse un día y otro no, y dejar en la antesala la capa y el sombrero, sin entrar con la capa sobre los hombros, cuando no embozado y con el sombrero encasquetado hasta las cejas, según solía entrar en las demás casas donde iba de visita. ¡Tan profundo era el respeto que doña Inés le inspiraba!

En Agosto ocurrió algo que no estaba en los papeles, y fue del modo siguiente. Una mañana fue Torquemada a ver a doña Lupe para tratar de negocios. Con su traje de verano, tenía el buen D. Francisco aspecto semejante al de los militares que vienen de Cuba, pues a más del trajecito azul, se había encasquetado un sombrero de paja de ala ancha.

De la parte trasera del carro surgió, como un monigote del fondo de una caja, una cabeza de viejo, con el cuello del chaquetón rozando las orejas y un gorro de pelo encasquetado hasta los hombros. Era una cara mofletuda y roja, con una vaguedad en los ojos rayana en la estupidez.

Basta echar una visual al semicírculo de la sala: presidente, ministros, capitalistas, abogados y leones, todos están allí; aquello es la feria de las vanidades, en la cual no faltan sus incongruencias de aldea: el vigilante de quepis encasquetado en medio de la sala, la empresa, en en menage, instalada en uno de los mejores palcos del teatro, el humo de los cigarros obscureciendo la sala entera.