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He asistido a sesiones agitadísimas, a la del incidente Cassagnac-Goblet, a la de la interpelación Brame, y a la de la interpelación Lockroy, que tanto conmovió a París en mayo del 79. Tiempo hace de esto, pero mis recuerdos son tan frescos que podrían describir aquellos debates como si recién los presenciara. No bajaré de la tribuna hasta la que os calléis!...» ¡Qué tumulto espantoso!

Pido que se tome en consideración la lista que he presentado. El doctor Trevexo, hombre viejo y resabiado en materia de debates agrios, contaba con un rebaño muy dócil para perder tiempo en polémicas apasionadas: había aleccionado a sus adeptos de antemano, y a una seña suya don Juan, con su voz gangosa, dijo: Quej sje vooote la lijta.

Izoca acude al arco que traía, De presto Ibitupuá los despartia. Las tazas andan tales y los mates, Que el acuerdo se vuelve en voceria; Allí se disputaban mil debates, Y cada cual su caso difería. Con borradas razones y dislates, El uno al otro dice vencería, Aunque traiga consigo por ayuda La isla Jamaíca y la Bermuda.

Lo mejor era dirigirse al conde. Pero éste se hallaba a la sazón en la Granja. Además, aunque todos, o casi todos, supiesen el secreto de la niña, no era posible darse por enterados. Después de algunos debates decidieron escribirle la siguiente carta, firmada solamente por María Josefa: «Sr. Conde de Onís.

Grandes debates tuvieron, y divididos en pareceres se mostraban entrambos amigables componedores, hasta que cansados por el fastidio, más que no convencidos por buenas razones, ejecutoriaron por capítulo principal, primero callar tal descubrimiento con la debida discreción, teniendo presente entre varios fundamentos la soberbia condición y brazo fuerte de aquel misterioso don Lope.

En vez del cansancio y melancolía que en los últimos tiempos reflejaba, observábase ahora un alegre sosiego, una firmeza que tenía desconcertados a todos los asistentes al juicio oral. Parecía que aquellos debates no iban con él, que no estaban su honra y su libertad sobre el tapete.

Sólo que, según dicen los que van de noche a casa, los diputados predican que seamos malos, y esto es lo que no entiendo. Esos discursos le contesté risueño no son sermones, son debates. Efectivamente; me ha parecido que no son sermones, sino que uno dice una cosa, otro otra, y parece como que disputan. Justamente. Disputan; cada uno dice lo que cree más conveniente, y después...

Pero en aquella época de prístina sencillez, negocios de menor importancia pública, y de menor trascendencia que el bienestar de Ester y de su hija, tenían cabida en las deliberaciones de los legisladores y en los actos del Estado; y hasta se refiere que una disputa relativa al derecho de propiedad de un cerdo dió margen, en una época anterior á la en que pasa nuestra historia, á debates acalorados en el cuerpo legislativo de la colonia, y ocasionó importantes modificaciones en el modo de ser de la Legislatura.

Traté de acomodarla en un asiento, y para esto me fue forzoso molestar a algunas personas de las que se habían instalado allí desde el principio de la sesión y asistían con devotísimo recogimiento a los debates.

El asunto que ahora se discute es de interés palpitante. Se trata de saber si la ley de Partida que regula el derecho de acrecer se refiere únicamente a las mandas o legados, o debe aplicarse también a las herencias. Pérez, demostrando su destreza en esta clase de debates, comienza a cimentar su discurso sobre bases sólidas.