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-No ha de ser así, señor gobernador -dijo el doctor Recio-, que yo le daré a vuesa merced una bebida contra caídas y molimientos, que luego le vuelva en su prístina entereza y vigor; y, en lo de la comida, yo prometo a vuesa merced de enmendarme, dejándole comer abundantemente de todo aquello que quisiere. ¡Tarde piache! -respondió Sancho-. Así dejaré de irme como volverme turco.

Pero en aquella época de prístina sencillez, negocios de menor importancia pública, y de menor trascendencia que el bienestar de Ester y de su hija, tenían cabida en las deliberaciones de los legisladores y en los actos del Estado; y hasta se refiere que una disputa relativa al derecho de propiedad de un cerdo dió margen, en una época anterior á la en que pasa nuestra historia, á debates acalorados en el cuerpo legislativo de la colonia, y ocasionó importantes modificaciones en el modo de ser de la Legislatura.

Porque es hora ya de manifestar, aunque con la debida reserva, que el mayordomo de D. Félix había perdido bastante de su prístina fortaleza en el comercio de las bellas, según se aseguraba. Tenía las piernas temblonas y estaba más averiado que un visir. ¡Ea! ya está formado el montón.

Menester era arrojarlo pronto, dar merecida satisfacción á su orgullo y recobrar la prístina grandeza y majestad á los ojos de todo el mundo y á los de mismo.

Sus nervios parecían del todo arruinados: su fuerza moral era la de un niño: andaba arrastrando los pasos, aun cuando sus facultades intelectuales conservaban su prístina fuerza, ó habían adquirido acaso una mórbida energía, que solamente pudo haberles comunicado la enfermedad.

Todos los románticos se llamen Heine o Delgado irán después a más carnales musas, pero ya llevan en la frente el signo de ceniza. Y ante las abnegaciones y los rendimientos de los acendrados cariños, no podrán ser en su pristina simplicidad, el joven y el amante.

Como aquellos sables que en el furor del combate se convierten en tirabuzones, la almohada, abierta de par en par, dejaba escapar la lana por las anchas heridas, mientras que un débil pedazo de funda procuraba retenerla en su forma pristina.

Si nunca pudo sacudir de la prístina ignorancia, en el andar, y en el vestir y hasta en el saludar, fue consiguiendo paulatinos progresos, y se necesitaba ser un poco antiguo en Vetusta para recordar todo lo agreste que aquel hombre había sido. Desde el año de la Restauración en adelante pasaba ya Ronzal por hombre de iniciativa, afortunado en amores de cierto género y en negocios de quintas.

Y cuando están así ¿qué hombre puede contener de los ojos una lágrima? ¿Quién no se acuerda de los tristes seres que mueren de nostalgia? ¿Qué se perdió en el seno del vacío? ¿que inquieren sus miradas? ¿mira, acaso, a las aves que se esconden del calor en las ramas? ¿Por la escala de luz de un rayo de oro retorna quizás su alma al paraíso reluciente y bello, su prístina morada?

Nadie me había inspirado estas pretensiones pueriles; por el contrario, mi padre, cuando me di cuenta de su valor moral, era de una modestia pristina en su vida. ¡Pero yo encontraba tan hermosa la vieja casa alquilada!