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Y mi felicidad la ve en el apellido de Carlitos, en las estancias de Carlitos, en las casas de Carlitos, en las herencias que le van a caer a Carlitos de su abuela, de sus tías, de sus tíos, de no quién más... campos aquí y allá, media avenida Alvear, otro tanto en Callao y Florida, cien mil vacas, un millón de ovejas... ¡qué yo!

A vosotros los sabios no os da por estas «materialidades». ¿Conoces las donaciones que reyes y grandes señores hicieron en vida a nuestra catedral y las herencias que le dedicaron en la hora de la muerte? ¡Qué has de conocer! Yo lo todo; me he enterado en la Obrería, en el Archivo, en la Biblioteca.

Sus lágrimas fueron jugo del alma, esencia del dolor, La calma de su hogar era ya como cristal roto y, junto a esta dicha perdida, hasta el amor de Paz le pareció una felicidad mezquina. Las Hijas de la Salve eran unas monjas que a fuerza de pedir limosnas y aceptar herencias consiguieron edificar un buen convento en las cercanías de Madrid, fuera de la puerta de Fuencarral.

Así los dos capítulos Cuestión de cuartos y Los dineros del sacristán, nos pintan á los Padres sedientos de oro y valiéndose para adquirirle de mil medios poco decorosos; de la usura, del agio y de la adulación para con los ricos, á fin de conseguir de ellos donaciones y herencias: y nos los pintan al mismo tiempo manirrotos, despilfarrados y faltos de juicio, de buen gusto y de previsión, para gastar, ó más bien para derrochar estas poco bien adquiridas riquezas.

Cuando el fundador de tu dinastía arrojó de estos países a los últimos príncipes de los Almohades, no pudieron éstos, en el rebato de aquellos sangrientos sucesos, transportar de aquí los inmensos tesoros de su casa, tesoros que habían venido acreciendo y aumentándose incesantemente de sultán en sultán y de dinastía en dinastía, ya por las herencias y conquistas, y ya por las artes y maravillas de las ciencias ocultas, en que eran muy versados.

Las palabras de «madre falsa, ladrona de herencias» llegaron a sus oídos y la hicieron estremecer. Sus enemigos estaban hablando del secreto cuyo conocimiento ella perseguía al precio de las más sangrientas humillaciones y los más crueles sufrimientos. Impresionada hasta el punto de que casi le faltaban las fuerzas, apoyó la mano en la pared y se deslizó hasta la puerta.

Pero puedo morir mañana, y ¡figúrate qué magnífico bocado será la pobre Visita con sus millones, sola, y con esa afición a la vida religiosa, que otros más listos pueden explotar...! Yo he visto mucho; soy de la clase y estoy en el secreto. No faltan órdenes religiosas que se dedican a la caza de herencias, para mayor gloria de Dios, según dicen.

Parecidos en esto a los hijos de familia, que nunca están más contentos que el día en que su padre da un convite a sus amigos, que, por lo que participan, quisieran se repitiese todos los días, sin reflexionar que lo que el padre disipa les ha de hacer falta en sus herencias. ¿Pero, para qué me canso en símiles, cuando es patente a todo el mundo que los bienes de comunidad no los miran los individuos que la componen como propios, sino para disiparlos, porque les falta la propiedad en particular?

La tierra, los establos, las vacas, los enseres de la casa y hasta los pucheros del lar, todo pasaba al instante por el esófago del escribano troglodita. Lo mismo acaecía con las herencias. Muriese testado ó intestado, todo paisano podía estar seguro de que una buena parte de su hacienda, cuando no toda, pasaría irremisiblemente al vientre de D. Casiano.

Es imposible se repetía, queriendo convencerse a toda costa, que un ser inteligente como Huberto, no prefiera el hombre formado por su propio mérito al «inútilcuyo único bagaje consiste en una línea de abuelos o bien de una serie de herencias sucesivas.