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Dejemos de contarlas una á una, Porque era menester un largo canto, Y mas que en todas ellas no hay alguna, Que no tenga mil gracias; y esto tanto, Que pára á media noche allí la luna, Y el sol á medio dia, tanto cuanto Por cobrar nueva luz y resplandores De las damas de Lima y sus primores. Pues oigan los galanes amorosos, Y templen su contento.

-Quisiera yo, señor duque -respondió don Quijote-, que estuviera aquí presente aquel bendito religioso que a la mesa el otro día mostró tener tan mal talante y tan mala ojeriza contra los caballeros andantes, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros son necesarios en el mundo: tocara, por lo menos, con la mano que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas inormes no van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de los sacristanes de las aldeas, ni al caballero que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar, ni al perezoso cortesano que antes busca nuevas para referirlas y contarlas, que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriban; el remedio de las cuitas, el socorro de las necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los caballeros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo, y doy por muy bien empleado cualquier desmán y trabajo que en este tan honroso ejercicio pueda sucederme.

Y el acuerdo de todas las flores vengativas, Desde las sampaguitas hasta las siemprevivas, Quedó temblando a modo de una hoz sobre el viento. Y aquí viene lo triste, señor, de todo esto; Porque una tarde Flora cortó y cortó más flores, Y luego de apiñarlas en su tagalo cesto, Se fué a su lecho para contarlas sus amores.

Y cuando pasaba un rato largo sin que él se moviera, Jacinta se entregaba a sus reflexiones. Sacaba sus ideas de la mente, como el avaro saca las monedas, cuando nadie le ve, y se ponía a contarlas y a examinarlas y a mirar si entre ellas había alguna falsa. De repente acordábase de la jugarreta que le tenía preparada a su marido, y su alma se estremecía con el placer de su pueril venganza.

Para maldita la cosa, por el simple gusto de juntar monedas en un cajoncillo y contarlas y remirarlas de vez en cuando... Sin duda aquel hombre... que era muy bueno, eso , esposo sin pero y padre excelente... no sabía colocar a su mujer en el rango que por su posición correspondía a entrambos.

Luz y sus dos amigas paseaban juntas muy a menudo, juntas se bañaban y juntas asistían a bailes, jiras y conciertos. Luz, en cambio, nada por el estilo podía contarlas; porque hasta de su mundo, al cual era recién llegada, sabía mucho menos que ellas, aunque sólo le conocían de oídas.

Difícil será hallar en el mundo una ciudad más alumbrada que Paris. Hay muchos establecimientos que emplean centenares de luces, y tratándose de los cafés-conciertos, es tarea no muy fácil el contarlas. Pero de todo eso que se ve, de ese foco brillante que por todas partes aparece, que por todas partes se filtra, que más de una vez se descubre á lo léjos, debe rebajarse una mitad.

Con el violento chorro de chispas había bastante, y en su total, todo el éxito estribaba en que nuestro tío, adormilado, no se diera cuenta de la singular rigidez de su cigarrillo. Las cosas se precipitan a veces de tal modo, que no hay tiempo ni aliento para contarlas. Sólo que una siesta el padrastrillo salió como una bomba de su cuarto, encontrando a mamá en el comedor.

Cosa es cierta. Al fin la comedia está Subida ya en tanta alteza, Que se nos pierde de vista: ¡Plega á Dios que no se pierda! Hace el sol de nuestra España, Compone Lope de Vega, La fénix de nuestros tiempos Y Apolo de los poetas, Tantas farsas por momentos, Y todas ellas tan buenas, Que ni yo sabré contarlas, Ni hombre humano encarecerlas.

Después nos miramos los tres cazadores, como si tácitamente hubiéramos convenido en que era imposible cometer mayores barbaridades que las que acabábamos de cometer, y que solamente por un milagro de Dios habíamos quedado vivos para contarlas.