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Maltrana, apiadándose de su impaciencia, preguntó a un camarero por la señora norteamericana. ¿Estaba enferma?... Y el doméstico volvió al poco rato con noticias. Había pedido que la sirviesen el almuerzo en su camarote. Tal vez estaba indispuesta. Esto hizo que Ojeda comiese de prisa, con un visible deseo de escapar cuanto antes... ¡Maud enferma!

19 Por cuanto quebrantó y desamparó a los pobres, robó casas, y no las edificó; 20 por tanto, no sentirá él sosiego en su vientre, ni escapará con su codicia. 21 No quedó nada que no comiese; por tanto su bien no será durable. 22 Cuando fuere lleno su bastimento, tendrá angustia; las manos todas de los malvados vendrán sobre él. 24 Huirá de las armas de hierro, y el arco de acero le atravesará.

¿Sería posible -dijo Sancho-, maestresala, que agora que no está aquí el doctor Pedro Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla? -Esta noche, a la cena, se satisfará la falta de la comida, y quedará Vuestra Señoría satisfecho y pagado -dijo el maestresala. -Dios lo haga -respondió Sancho.

Poco después, Bringas, que no se cansaba nunca de dar órdenes, dispuso que de allí en adelante se comiese a la una o una y media, a usanza española, cenando a las nueve de la noche. Esto no sólo era más cómodo en la estación calorosa, sino más económico, porque se gastaba menos carbón. La cena debía de ser de cosa ligera.

Catalina ya sabía que diciendo ese demonio, o ese diablo, se referían a Martín. Carlos alguna vez le había dicho a su hermana: No hables con ese ladrón. Pero a Catalina no le parecía ningún crimen que Martín cogiera frutas de los árboles y se las comiese, ni que corriese por la muralla.

Habiendo asentido Julita con una docena de inclinaciones de cabeza, el chico comenzó a figurar que la comía los brazos, la cara, el pecho, las piernas, en fin, toda su diminuta persona. La niña se deshacía de gozo al verse devorada de tan gentil manera. ¿Te como más? Claro está. Julita deseaba que la comiese hasta no dejar rastro de ella.

Caminamos de mañana, y llegamos donde estaban nuestros indios, que se hallaban acampados en una laguna muy grande, cuyas aguas son salobres: pero habiendo cavado algunos pozos, paramos como cuatro horas para que la gente comiese, y bebiesen las caballadas.

Mi amo se rió de la ocurrencia; su prima, haciendo mimos con la boca, fingió cierta hilaridad que le afeaba el rostro amojamado, y consintió al fin. Diome mil golosinas para que comiese a bordo; me encargó que huyese de los sitios de peligro, y no dijo una palabra más contraria a mi embarque, que se verificó a la mañana siguiente muy temprano. Octubre era el mes, y 18 el día.

Dijo simplemente: Usted me mima demasiado, Juan. Gracias, amigo mío. Y como él se excusase respondiendo fríamente: Esto es completamente natural; yo que a su mamá le gustan las flores. Pero ¿y los helados? ¡Oh! no me he olvidado que cierta señorita era muy golosa, en los tiempos lejanos en que me convidaba a sus banquetitos, a condición de que yo no comiese nada. Se rieron.

Estaba pálido como un muerto. Otras señoras creyeron deber desmayarse tambien y así lo hicieron. Delira... ¡P. Salví! ¡Ya le decía que no comiese la sopa de nido de golondrina! decía el P. Irene; eso le ha hecho mal. ¡Si no ha comido nada! contestaba D. Custodio temblando; como la cabeza le ha estado mirando fijamente le ha magnetizado...