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Los españoles orgullosos con las victorias alcanzadas en todo el siglo XVI no advirtieron los males que comenzaban á fatigar estos reinos, ni quién era el único causador. Ya en el XVII habian arreciado de tal manera que fué preciso buscar el remedio, si no se queria ver hundida para siempre en la mayor miseria la península hispánica. Pero ya todo era en vano.

Atrasose en su carrera por buscar al causador de nuestras desdichas y tomar sobre él, en el nombre de mis padres, justicia y venganza; y por el mundo andúvose tres años, gastando su hacienda, inquiriendo y buscando a aquel hombre, vislumbrándole a veces, sin encontrarle nunca, y perdiéndole de nuevo cuando más esperanza tenía de ponerse a una distancia de él del largo de las espadas.

El duque, pues, no se había atrevido á darse á conocer. El amor tranquilo de la duquesa, expresado por una tierna amistad, se hubiera convertido en odio al saber ésta que él era el causador de su situación horrible; doña Juana se hubiera negado á verle, y don Pedro no se atrevió á romper el incógnito. Trasladóse á la calle de la Palma Alta, á la casa donde tenía á Esperanza.

Un labrador que tenía en arrendamiento una de mis haciendas, y cuya mujer estaba criando, a su cargo tomome; y libre ya del cuidado mío, mi pariente, Francisco de Rivalta, por el mundo se fue a buscar, ardiendo en saña, al causador de tanta desdicha. Era él joven aún, graduado en letras humanas, en leyes y en sagrada teología y cánones, y como he dicho, alcalde del crimen en Sevilla.

¡Ah, señor! ¿seréis acaso el rey? ¡El rey! guardáos muy bien, señora, de indicar nada á su majestad; os juro por la salvación de mi alma, que no soy el rey, ni mucho menos; que el rey ninguna parte tiene en vuestra desdicha, que yo soy... yo solo... el causador de ella. ¡Sin embargo, podéis hacer grande al desdichado fruto de vuestro delito! ; , señora; grande entre los grandes.

El causador de su desdicha seguía siendo para ella un misterio, un imposible, un pensamiento fijo. Y por intuición, como por instinto, al sentir á su hijo en su seno, la pobre madre pensaba involuntariamente con el corazón abrasado de amor en el duque de Osuna, en aquel hombre á quien no podía pertenecer, que no debía conocer jamás su amor.

Todos, en aquellos tiempos en que la religión estaba sostenida por una fe ardiente, encontraron muy natural el sacrificio de la duquesa, y la tuvieron por una santa. ¡Y cuánto luchó la desgraciada en aquel largo encierro! ¡cuánto sufrió! ¡cuánto gozó en su sufrimiento! Había perdonado al causador de sus males, porque al fin se mostraba generoso, y sentía una viva ansia por conocerle.