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Bandadas de pájaros inundaban los campos, y la primavera mostraba nueva vida en los hinchados capullos, y en los impetuosos arroyos. Los pinares despedían el más fresco aroma. Las azaleas brotaban ya y los ceanothus preparaban para la primavera su librea de color morado.

Manos habilísimas tocaban en él una redoma muy aplaudida, «La caída de las hojas», música soñadora y lánguida que delataba un ejecutante melancólico. Me detuve cerca de una reja. Entonces pude columbrar el interior: gracioso jardín, amplios y frescos corredores, pretiles llenos de macetas con rosales, camelias y azaleas, jaulas y jaulitas, una pajarera llena de canarios que cantaban regocijados.

El magnífico arbusto de azaleas bajo el cual descansaba el bueno de Sandy, ostentaba un racimo de flores de insólita belleza que atrajeran sus miradas desde el otro lado de la carretera; ella, que no había reparado en el yacente vecino, cruzola para arrancarlo, eligiendo su camino por entre el encarnado polvo, no sin sentir cortos y terribles estremecimientos de asco y refunfuñar un poco entre dientes.

Así es que la cáustica frase que bailaba en la punta de su lengua expiró en sus labios y se limitó a recibir una tímida excusa con altiva mirada, recogiéndose la falda como para evitar la proximidad de un ser contagioso. De regreso a la sala del colegio, sus ojos cayeron sobre las azaleas, presintiendo una revelación.

Pero más fragante... como las mujeres dijo el conde con galantería. La dama se volvió para dirigirle una sonrisa de gracias, y siguió loando la belleza de los rododendros, de las azaleas, de las camelias gigantescas que encontraban al paso.

Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.

Desperté temprano, como es mi costumbre, y desde el lecho empecé a admirar de nuevo el grato aspecto de mi balcón florido: las hortensias, con sus esferas de azul y rosa; las azáleas y geránios, con sus variados tonos de rojo y blanco; mas ¿qué era esa flor maravillosa, en el centro de todas, en la cual no había yo reparado la víspera?

Reguapísima que estaba la mujer con eso y el traje heliotropo. ¿Ayer de noche? preguntó Pilar. , en el teatro. El otro, penado y muerto como de costumbre... a las diez hizo su entrada en el palco, presentándole el ramo consabido de camelias y azaleas blancas... dicen que le cuesta sus setenta franquillos por noche.... Es un aditamento regular al coste de la pensión en el hotel....