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Juan quería a Pedro, como los espíritus fuertes quieren a los débiles, y como, a modo de nota de color o de grano de locura, quiere, cual forma suavísima del pecado, la gente que no es ligera a la que lo es. Los hombres austeros tienen en la compañía momentánea de esos pisaverdes alocados el mismo género de placer que las damas de familia que asisten de tapadillo a un baile de máscaras.

Me acordé de Trembles. ¡Hacía tanto tiempo que no pensaba en aquellos lugares! Fue como el destello de un saludo, y cosa rara, por un súbito retroceso a impresiones tan lejanas recordé los aspectos más austeros y calmantes de mi vida campestre. Volví a ver Villanueva con su larga línea de casas blancas, apenas más altas que los ribazos.

Por encima de aquéllas, las paredes estaban cubiertas con grandes cuadros empolvados y rotos, copias de la pintura flamenca que el cabildo había relegado a aquel rincón. Sobre la estantería se alineaban los antiguos sillones de la casa: unos a la española, austeros, de líneas rectas, con deshilachados rapacejos; otros de forma griega, con las patas curvas y embutidos de marfil.

Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes. No eran impíos, pues su simpleza de pensamiento no les permitía este lujo, pero tampoco eran devotos ni austeros: amaban la vida con todas sus dulzuras y sentían la atracción de los peligros con atávico entusiasmo. La isla era una fábrica de sacerdotes animosos y aventureros.

Hay en mi alma, que no está aún sazonada para los austeros goces del sacrificio, arranques impetuosos de juventud y desesperación. Mi vida consagrada y sacrificada sin reserva á otra vida más débil y querida, no me pertenece: no tiene porvenir, está en un claustro, encerrada para siempre. Mi corazón no debe latir, mi cabeza no debe pensar sino por cuenta ajena. En fin, que Elena sea dichosa.

Asunto es este que ha inspirado á Kant uno de sus libros mas serios y bien pensados, libro que obligó á los espíritus mas austeros á dar carta de ciudadanía en los dominios filosóficos á la ciencia de la estética, que ya Baumgarten habia bautizado con el nombre alambicado de «Filosofía de las Gracias y de las Musas».

Ella no decía nada; pero algunas veces sentía una vaga pesadumbre al encerrar su cuerpo gallardo en aquellos hábitos austeros y tristes. Un día, sofocada con la lana negra de su corpiño, tuvo la tentación de ponerse uno de sus vestidos blancos de Luzmela. La falda estaba sumamente corta; el cuerpo muy estrecho.

Sólo las personas extraordinarias levantamos tempestades... Y luego, en los salones, los mismos personajes austeros que han hecho coro á sus esposas y sus hijas me miran al pasar con unos ojos disimulados y admirativos; unos enrojecen, otros se ponen pálidos. Adivino que no tendría mas que hacer una seña á su muda admiración... Yo también tengo mi «banco de los viejos».

No estarán demás otras recomendacionesNada me gustaron los dos o tres pretendidos profesores que al día siguiente se presentaran en casa. No traían diplomas, ni recomendaciones. Más que austeros sacerdotes de la religión del bridge, más que aristocráticos súbditos de su majestad el Bridge, pareciéronme aventureros y caballeros de industria. Por eso los despaché...

Y quando ayunays, no šeays como los hypocritas aušteros, que demudan šus roštros para parecer