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Con esto los apaciguó, y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si sería posible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandísimo deseo de saber el fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero le había dicho, que era no saber de cierto su manida; pero que, si anduviese mucho por aquellos contornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco.

¡Sueño, sueño y sueño! Han pasado dos meses, y creo a veces soñar aún. ¿Fuí yo o no, por Dios bendito, aquél a quien se le tendió la mano, y el brazo desnudo hasta el codo, cuando la fiebre tornaba hostiles aún los rostros bien amados de la casa? ¿Fuí yo o no el que apaciguó en sus ojos, durante minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de mi María Elvira? Si, fuí yo.

Sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel loco, que a cada paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote.

9 Y dijo Harbona, uno de los eunucos de delante del rey: He aquí también la horca de cincuenta codos de altura que hizo Amán para Mardoqueo, el cual había hablado bien por el rey, está en casa de Amán. Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella. 10 Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho aparejar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey.

Este Belarmino había sido republicano frenético y orador demagógico. Después de su ruina, se apaciguó del todo. Cuando yo iba por su cuchitril, estaba siempre con expresión seráfica, como si soñase. No le sacaca de su placidez bendita ni su mujer, que era un basilisco. Decíase en la ciudad que los Padres dominicos le habían socaliñado y convertido. Socaliñado, quizá. Convertido, quia.

Penetró majestuosamente en su palco la Asamblea, y así que los delegados ocuparon sus asientos, el tumulto se apaciguó como por magia, y cerca de veinte mil personas guardaron silencio religioso.

En esto intervino en el motín el poderoso marqués de la Algaba, que trató de pacificar los inquietos ánimos, prometiendo al pueblo que sería atendido, con lo cual se apaciguó un poco, y cuando el Asistente envió á la Feria tropas parecieron haberse calmado los ánimos, mas tuvo la imprudencia de mandar prender algunos vecinos diciendo que había de ahorcarlos, y sabido esto, el día 9 se reprodujo con caracteres más alarmantes el alboroto, como lo relata el citado extracto del Discurso de la Comunidad: «Venida la mañana, la plebe irritada antes que intimidada, se lanzó á la calle dando desaforados gritos de venganza, y corrió en confuso tropel al palacio de los marqueses de la Algaba, pidiendo á estos señores el cumplimiento de la palabra que el día antes empeñara de alcanzar el perdón de los revoltosos.

La presunta novia apaciguó un tanto sus furores para manifestar: No; si a por él no me importa un bledo...: tengo pretendientes de sobra. Lo que siento es tu mala voluntad, tu poca complacencia.... Se trataba solamente de conocer sus intenciones..., de saber por qué nos visita tanto.... Por ti no será...: ¡dicen que sois hermanos!...

El siguiente dia lloráron ménos, y comiéron juntos. Fióle Cador que le habia dexado su amigo la mayor parte de su caudal, y le dió á entender que su mayor dicha seria poder partirle con ella. Lloró con esto la dama, enojóse, y se apaciguó luego; y como la cena fué mas larga que la comida, habláron ámbos con mas confianza.

Cogió entonces sus Horas Canónicas, y, como solía hacerlo a menudo, descendió a la iglesia para subir en seguida a la segunda plataforma del almenado Cimborio, que forma a la vez el ábside de la Catedral y el torreón más ancho y más fuerte de la muralla. Era a fines de abril. El hálito del alba apaciguó en todo su ser la irritación del insomnio, como una ablución de rocio.