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El Inteleto le cuchicheó algo dentro del cráneo, y Belarmino salió a la calle, fué andando hasta la aldea, y en el primer caserío encargó que le buscasen una urraca y se la llevasen al cuchitril. Había oído que a las urracas, con paciencia y buen vino, se les enseña a hablar. Hubiera preferido un loro, pero no tenía dinero y dudaba que se encontrasen en el mercado.

Belarmino continuaba siendo zapatero; su nuevo cuchitril continuaba siendo zapatería; no de otra suerte que la lancha quilla arriba sobre la playa continúa siendo una embarcación. Lo de ahora era como lo de antes; pero al revés. ¡Con qué fruición beatífica, acogido ya a seguro, contemplaba Belarmino el airado mar del mundo! Ahora Belarmino reposaba.

Visto por detrás, parecía otra persona; mas de frente, lo desengonzado de su cuerpo, la escualidez carunculosa de su cara y el desarrollo cada vez mayor de la nuez, le declaraban idéntico a mismo. El que le acompañaba era un infeliz músico, habitante en el segundo patio y en el mismo cuchitril en que anidara antes Izquierdo.

Un día se presentó en el cuchitril de Belarmino Froilán Escobar, alias el Estudiantón y también Aligator, a que le pusiese palas y medias suelas a un par de botas, que para llegar a ser un verdadero par de botas no necesitaban, además de las palas y de las medias suelas, sino refuerzo en el contrafuerte, unos trozos de la caña y unos cuantos botones.

Sustentaba Belarmino amorosamente en sus manos los tales residuos, que para él eran gérmenes o embriones de un flamante porvenir, y miraba al Aligator con tierno interés, cuando de pronto uno y otro notaron que les faltaba unos cuatro metros cúbicos de aire respirable, que era poco menos de lo que contenía el cuchitril; había entrado el Padre Alesón, desalojando el volumen de aire correspondiente a su volumen de carne y hueso.

Escolástico es el que sigue irracionalmente opiniones ajenas, como la cola de los irracionales sigue al cuerpo. Escorbútico vale tanto como pesimismo, y viene de cuervo, pájaro sombrío y de mal agüero. ¡Era mucho hombre aquel Belarmino! El cuchitril en donde Belarmino filosofaba y remendaba zapatos estaba bastante por debajo del nivel de la calle.

Este Belarmino había sido republicano frenético y orador demagógico. Después de su ruina, se apaciguó del todo. Cuando yo iba por su cuchitril, estaba siempre con expresión seráfica, como si soñase. No le sacaca de su placidez bendita ni su mujer, que era un basilisco. Decíase en la ciudad que los Padres dominicos le habían socaliñado y convertido. Socaliñado, quizá. Convertido, quia.

La Reina la salvó de estos apurillos, pagándole los atrasos de casa y ofreciéndole una habitación en los altos de Palacio, que la infeliz no vaciló en aceptar... «Me he metido en ese cuchitril por complacer a Su Majestad y estar cerca de ella, mientras me arreglan las piezas de la terraza... ¡Ay, qué posma de arquitecto!... Le voy a calentar las orejas...». Así se expresaba constantemente, y transcurrieron muchos meses sin que la ilustre viuda abandonara su choza provisional.

Entró en la habitación sin inmutarse, sin mecer una mirada de curiosidad alrededor; se sentó donde le dijeron; inclinó la cabeza y habló tenuemente, sin accionar ni mudar de tono; concluyó y volvió con la misma serenidad y distracción imperturbables a su cuchitril. Pasaron otras dos semanas.

Belarmino se incorporó, con las brumas del ensueño desparramadas todavía en las pupilas. ¿Y dicen ustedes preguntó que ese filósofo se llama Meo de Clerode? Asimismo; Meo de Clerode respondió, con cara dura, el estudiantino desenvuelto. Pues es un enormísimo sapo, mucho más grande aún que Salmerón. Y Belarmino volvió a su cuchitril, cabizbajo y abismado en preocupaciones.