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Actualizado: 16 de julio de 2025


Arriba no había más oyente que Miguel Fedor, lejos de los músicos, de espaldas á ellos, mirando á sus pies las aguas espumosas y partidas que escapaban como un doble río á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, que hacía surgir por un momento de la sombra, coloreado de rojo, su rostro pensativo. El yate guardaba otra corporación más silenciosa.

Si su decisión de usted es firme, encontrará en quince días un yate bien acondicionado, con una tripulación escogida y un buen capitán. Es una industria inglesa. Se alquilan los yates como las casas de campo y hasta se encuentra donde elegir. ¡Ah! dijo Marenval estremeciéndose. ¿Tan fácil es? Todo es fácil con dinero. En el orden material casi no hay límites.

Y en esa penumbra mental que separa el sueño de la vigilia, el príncipe, tendido en su cama, recordó una de las escenas de su mejor época, cuando su yate estaba anclado en el puerto de Mónaco. Fué una noche, al salir de un banquete en el Hotel de París. Como estaba algo ebrio, se apoyó en los brazos de dos mujeres hermosas que se disputaban, sonrientes y sin éxito, el dominio de su voluntad.

La indiscreción de un empleado ó la charla de un doméstico podrían descubrirnos y echarlo todo á perder. ¿Y que haré yo para responder á ustedes? Seguirán el mismo camino. Mi ayuda de cámara es un hombre de confianza, como Giraud... Pueden ustedes darle sus cartas y él las dirigirá al capitán de nuestro yate.

Volvería; aún serían felices los dos, comentando el infortunio presente como un mal sueño. Además, yo te ayudaré. Hay que proceder activamente para que te devuelvan tu hijo. Escribiré al rey de España. Lo conozco; almorzó en mi yate una vez que estuve en San Sebastián.

En mitad del puerto, el yate blanco del príncipe de Mónaco estaba inmóvil, tirando de su boya. Junto al muelle cercano unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral, descargaba sacos de arroz y toneles de vino. La presencia de varios grupos de hombres diseminados frente á las embarcaciones les impuso prudencia. Dejaban de estar solos.

Recibía, tenía un yate, sabía prestar quinientos luises sin reclamarlos jamás y tenía una hija elegante, original y con un dote colosal. No hacía falta tanto para conciliarle todos los favores. Había sido recibido en el Club automóvil, formaba parte de la sociedad de los Guías y era miembro influyente de la Unión de los yates. Pero se aburría, sin embargo.

El día anterior al en que las señoras de Freneuse estuvieron en el yate, Marenval y Tragomer estaban dando su paseo ordinario, cuando en la orilla de la Serpentina encontraron á miss Maud que iba á pie, seguida de un lacayo y de su coche. ¿Dónde están sus hermanos de usted, miss Maud? preguntó Cristián. En el círculo de los Arqueros, donde según parece hay una apuesta de las más interesantes.

Un hombre, con toda la barba, pero sin bigote, de levita y sombrero alto, grave y solemne, apareció en la cubierta del yate, con un diario en la mano. Es el último número del New York Herald que han tomado antes de partir, para obsequiar al capitán. La llegada del práctico es siempre un acontecimiento a bordo; parece tener un aire de ciudad, cierto aspecto de tierra que alegra el espíritu.

Venga usted, Tragomer, venga usted... Cuando tengamos á Jacobo en el suelo americano, le pondremos en forma... Es un buen sportman; no hay que dejarle hacerse cura. Miss Maud se encargó en persona de intentar el esfuerzo supremo. Una noche en que se paseaba con Jacobo por la cubierta del Magic, en la rada de Cowes, se detuvo repentinamente y se apoyó en la borda del yate.

Palabra del Dia

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