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Y necesitando convencerla de que lo era, pobló aquella noche el cerrado misterio del dormitorio con una serie interminable de voluptuosidades feroces, exasperadas, que hicieron caer á Ulises en un anonadamiento pesado y dulce á la vez. Tenía la convicción de su vileza. Adoraba y detestaba á esta mujer que dormía á su lado con un cansancio impuro... ¡Y no poder separarse!...

Y no porque yo fingiese esa ternura y ese afecto, que al contrario brotaban a borbotones, con toda sinceridad y con vehemente efusión, del fondo de mi pecho, sino porque, al consagrártelos, faltaba a la fe jurada, rompía el sello de la fidelidad que había puesto Echeloría sobre mi alma, y me rebajaba hasta la vileza. De aquí mi lucha interior; de aquí mis contradicciones y extravagancias.

Pero, ¡ai desdichado de , en mala hora nacido! ¿Cómo han de dar honra los que están deshonrados, i cómo las gentes sabrán distinguir la verdad de la mentira, si ellos no pueden dar lo que no tienen, i ellas ponen francas las puertas de sus entendimientos para creer todo lo malo i engañoso, i las cierran cuando ven asomarse las luces de la verdad. ¡Oh, cuán ciega i flaca es la razon humana, tan fácil para el engaño i la vileza, tan difícil para la justicia!

Francisco I, durante su forzosa permanencia en España, exclamó, admirado de la extraordinaria juventud de muchos soldados españoles: ¡Oh bienaventurada España, que pare y cría los hombres armados! L. Marineo, Cosas memorables, lib. Dedicatoria de Pobreza no es vileza, tomo XX.

Y aunque algo duro e inflexible se alzaba en el fondo de su corazón, gritando que aquello era una farsa, una nueva vileza, la marquesa ahogaba esta voz sin darse cuenta de ello, para dejar entrar allí un rayo de sol que disipase las tinieblas de su triste abandono, para dejar que la esperanza y el deseo levantasen juntos y a su placer un bello castillo en el aire.

Tan maravillosamente audaz resultaba este rapto, que el mismo Caonabo, en su nobleza de guerrero primitivo, despreciaba al Almirante por haber ordenado tal vileza sin atreverse a realizarla personalmente, y sólo quería conversar y comer con Ojeda, admirando su atrevimiento al arrebatarle de entre sus súbditos. En los combates con los indios cargaba el primero, sin mirar si le seguía su gente.

»Pues en tan señaladas circunstancias recibí un recado de Leticia, preguntando «con vivo interés» por el estado de la enferma. ¿Era cinismo de la infame, o un disfraz de su vileza? Yo entendí lo primero, y bajo esta impresión la respondí. No vino el segundo recado de su parte, y eso me convenció de que fue la respuesta muy merecida.

Dos gruesas y amargas lágrimas rodaron por sus mejillas. Te ha perdonado dijo el P. Jacinto. ¡Ah, padre!... yo no me perdono... Me sería menos insufrible en la memoria el recuerdo de una afrenta no vengada... de una vileza en que yo hubiese incurrido... de una mancha en mi honor... En cualquiera otro caso me sería más fácil conciliarme conmigo mismo. Aunque Dios me perdone... yo no me perdono.

La conciencia debía avaluar libremente los motivos de esa como de todas las otras acciones humanas, y aceptar las consecuencias del albedrío, y si el engaño, el miedo, la vileza merecían ser condenados y castigados, había otras razones que debían inspirar mayor clemencia en los juicios.

Esto no había de ser: era imposible... Nada que más repugne á mi conciencia; nada más contrario á mis principios; pero hay un justo medio... Delito es matar á quien ha ofendido... pero es vileza abrazarle. Sr. D. Valentín, V. no tiene sangre en las venas. Todo esto lo fué soltando, despacio y bajo, casi en el oído de D. Valentín, su tremenda esposa Doña Blanca.