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Actualizado: 17 de junio de 2025


Este peso, no obstante ser él un hombre de etéreos atributos cuya voz hubieran escuchado tal vez los mismos ángeles, le mantenía al nivel de los más humildes; pero al mismo tiempo le ponía en más íntima relación con la humanidad pecadora, de modo que su corazón vibraba al unísono del de ésta, comprendiendo sus dolores, y haciendo compartir los suyos propios á millares de corazones, por medio de su elocuencia melancólica y persuasiva, aunque á veces terrible.

El eco de la revolución inglesa vibraba aún en el mundo. Los monarcas querían ser amados, no temidos, y en casi todas las naciones luchaban con el embrutecimiento de las masas, imponiendo las reformas progresivas de real orden y casi por la fuerza. Pero el gran mal del sistema monárquico es la herencia, el poder vinculado en una familia.

Después se descubrió la cabeza, cuyos cabellos grises flotaron en el aire; elevó al cielo la mirada y la mano con sombrero y todo, y exclamó con voz solemne y varonil que vibraba con extraño son en el silencio imponente de aquellas alturas majestuosas: Excelsus super omnes gentes, Dominus, et super coelos... gloria ejus.

Ulises interrumpía estas imágenes de futura grandeza: Quiero ser capitán. El poeta aprobaba. Sentía el irreflexivo entusiasmo de todos los pacíficos, de todos los sedentarios, por el penacho y el sable. A la vista de un uniforme, su alma vibraba con la ternura amorosa del ama de cría que se ve cortejada por un soldado.

En esta situación estaba cuando el Magistral le dijo en el confesonario que se perdía; que él la había visto arrojar con desdén sobre un banco de césped la historia de Santa Juana Francisca.... Aquella tarde De Pas estuvo más elocuente que nunca; ella comprendió que estaba siendo una ingrata, no sólo con Dios, sino con su apóstol, aquel apóstol todo fuego, razón luminosa, lengua de oro, de oro líquido.... La voz del sacerdote vibraba, su aliento quemaba, y Ana creyó oír sollozos comprimidos. «Era preciso seguirle o abandonarle; él no era el capellán complaciente que sirve a los grandes como lacayo espiritual; él era el padre del alma, el padre, ya que no se le quería oír como hermano.

Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.

Pues yo lo hubiera hecho... En fin, trae... Trató de leer, pero en vano, y dijo con un gesto de cansancio: No veo; lee , hija mía. Liette obedeció, y, con voz sorda pero en la que vibraba una emoción mal contenida, volvió a leer aquellas líneas ardientes y apasionadas, frases huecas cuyo vacío no podía sospechar su alma leal.

Era tan grande su susceptibilidad nerviosa, que todas las impresiones que recibía eran intensísimas, y el gusto o pena que de ellas emanaban, le revolvían lo más hondo de sus entrañas. Sintió como deseos de llorar... Aquella música vibraba en su alma, como si esta se compusiera totalmente de cuerdas armoniosas. Después alzó la cabeza y se dijo: «¿Pero estoy dormido o despierto?

El sol nadaba sereno por el espacio haciendo brillar la seda de los vestidos, el carmín de las mejillas, el azabache de los ojos. Por doquier reinaba el júbilo. El ambiente, cargado de perfumes, de colores y reflejos, vibraba con los dulces sones de las músicas, con los cantos, con las risas, con las palabras de amor.

Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor. Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho. Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la emoción. ¡Qué feliz se sentía allí!

Palabra del Dia

cabalgaría

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