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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Sobre el rumoreo de las conversaciones, vibraba alguna fina risa femenina y él volvía los ojos para reconocer a la que había reído. A la sola idea de que Adriana estaba allí, tan cerca de él, un desfallecimiento corría por todo su ser. El aire de la sala, tibio, sensual, y el deslumbramiento de las luces, contribuían para enervarle.

Sin embargo, la verdad vibraba tan elocuente en la voz de la joven esposa, resplandecía en sus ojos tan nobles, tan sinceros que Tristán no pudo menos de rendirse en el fondo de su corazón a la evidencia.

Cuando la vieja quedaba sola en él, crujían los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices movidos por su cara oculta, vibraba en un rincón un arpa dorada de la abuela de don Jaime, y ella no sentía miedo nunca, porque los Febrer habían sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. ¡Pero ahora, después de oír tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. ¡Qué cara la de aquellos señores, si habían llegado hasta ellos las palabras de su descendiente!

El egoísmo era la única pasión que vibraba en ellos. Sólo habían aprendido que eran miserables y no debían serlo. La suerte de sus compañeros de infortunio, de una inmensa parte de la humanidad, miserable y triste, no les interesaba.

La voz de la dama vibraba de indignación al pronunciar estas palabras. Sus ojos se clavaban en el vacío con dureza, cual si quisieran ver levantarse delante de ella la figura de su padre para pulverizarlo. En aquel momento hablaba con sinceridad. Los ojos opacos de D.ª Carmen, a medida que hablaba, iban brillando con alegría.

»Y, entretanto, el navío nos alejaba para siempre de aquellas queridas playas, pobres, desterrados, , ¡desterrados para siempre!... Esta palabra vibraba en mis oídos con una violencia que ni el ruido de las olas, ni los gritos de los marineros podían ahogar; mientras que a lo lejos y de pie en la costa, Teobaldo agitaba todavía en señal de despedida su pañuelo blanco, que no tardó en desaparecer en la obscuridad.

La atmósfera, quieta y abrasada, nos traía rumores confusos de puertas que se cierran, saludos que se cambian, pasos que se alejan; los ruidos todos que preceden al reposo. Y este llegaba al fin. El aire desierto y melancólico ya no vibraba con ningún sonido. Sólo de tarde en tarde el golpe lento del reloj de la Giralda lo estremecía de improviso con metálico clamor.

Al verle avanzar por el campo de la ejecución con paso vacilante á causa de su obesidad, una risotada salvaje cortó el trágico silencio. Los grupos de soldados sin armas que habían acudido á presenciar el suplicio saludaron con carcajadas al anciano. «¡A muerte el cura!...» El fanatismo de las guerras religiosas vibraba en su burla.

Pero cuando se entraba en el terreno de las grandes culpas colectivas, cuando se tocaba a los sagrados mandamientos o al dogma, su corazón se cerraba como un puño. Impregnado, desde joven, del espíritu del Antiguo Testamento, vibraba él mismo esa justicia rencorosa, inexorable, tremenda, que parece rugir como un trueno a través de los versículos.

Cuando llegaron á la plaza del mercado, su presencia fué saludada con una aclamación general; que si bien podía atribuirse al sentimiento de lealtad que en aquella época experimentaba el pueblo hacia sus gobernantes, era también la explosión irresistible del entusiasmo que en el alma de los oyentes había despertado la elevada elocuencia que aun vibraba en sus oídos.

Palabra del Dia

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