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Actualizado: 5 de julio de 2025


Creo que ha muerto hace media hora dijo el campanero . Cuando he subido a mi casa por las llaves, salía un médico del palacio, y así se lo decía a un canónigo.... Pero sentémonos. Tomaron todos asiento, con la gorra calada, en los peldaños de la verja del altar mayor. Mariano dejó en el suelo el manojo de las llaves, un racimo de hierro como una maza.

Desnoyers no podía entenderle por hablar en alemán, pero siguiendo las indicaciones de su mano, vió en la entrada del castillo, más allá de la verja, un grupo de gente campesina y unos cuantos soldados con fusiles. Blumhardt, después de corta reflexión, emprendió la marcha hacia el grupo y don Marcelo fué tras de él.

Como siempre pasa, había bulas para difuntos. En sitio privilegiado, entre la verja de madera y el altar, no sólo estaban la madrina y las señoras que habían pagado la carrera al preste, sino otras a quienes no asistía derecho alguno; y lo que es aún más digno de censura, unos cuantos hombres.

Por su parte, el señor de Maurescamp fue de nuevo hacia la verja, salió del patio y tomó el camino del pueblo, paseándose en él a pasos cortos. ¡Cosa singular! dentro de una hora iba a jugar su vida en las peores condiciones; y aquel pensamiento, por serio que fuese, había sido dominado completamente por ese otro. ¿Qué contestaría su mujer?

El jardincito del abate Constantín, sólo estaba separado del camino por una verja muy baja, en medio de la cual había una pequeña puerta. Los tres miraron y vieron venir un carruaje de alquiler de forma primitiva, tirado por dos grandes caballos blancos, manejados por un cochero de blusa. Junto al cochero iba un criado con librea de la más severa y perfecta corrección.

Al salir de la iglesia, Fortunata echó, como de costumbre, una mirada al público, que estaba tras de la verja de madera, y vio a Maximiliano, que no faltaba ningún domingo a aquella amorosa cita muda. Le vio con simpatía. Notaba gozosa que empezaban a perder valor ante sus ojos los defectos físicos del apreciable joven. ¡Si serían aquellos los brotes del amor por la hermosura del alma!

Estas simples palabras fueron pronunciadas en una inflexión de voz tan suave, que llenaron de esperanza a Huberto. Se alejó bruscamente, no queriendo comprometer la dulzura de aquel adiós. María Teresa, apoyada contra uno de los pilares de piedra de la verja, siguió con la vista al joven que se alejaba. Largo tiempo lo vio sobre el camino desierto.

Los cestones de los vendedores ambulantes ocupaban el arroyo; las tiendas se apoderaban con sus puestos exteriores de las estrechas aceras. Al llegar a la plazuela del Rastro, la joven descansó un instante apoyada en la verja del monumento al soldado de Cascorro.

Gracias, Excelencia dijo el viejo, adivinando su magnánima respuesta. El comandante había desaparecido. Tampoco le encontró fuera de la casa. Un soldado trotaba cerca de la verja para transmitir la orden. Vió cómo la escolta repelía con las culatas al grupo vociferante de mujeres y chiquillos. Quedó limpia la entrada.

Es así como la fantasía de su paso ha llevado al sepulturero hasta una tumba abierta en que esa tarde ha habido remoción de huesos inconclusa por falta de tiempo. Un ataúd ha quedado abierto tras la verja, y a su lado, sobre la arena, el esqueleto del hombre que estuvo encerrado en él. ... ¿Ha oído algo, en verdad?

Palabra del Dia

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