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Actualizado: 5 de junio de 2025
Cuando la conversación recayó en estas filosofías, iban saliendo por la puerta de la Glorieta. Ya estaban descuajadas las famosas alamedas de castaños de Indias, quitada la verja y puestos a la venta los terrenos, operación que se llamó rasgo.
Y separándose con rapidez de Algalia, que maquinalmente había recogido el pliego, estrechó la mano a la duquesa, que intentó en vano detenerle, saludó al cura, hizo a los restantes una inclinación de cabeza, mirando profundamente a Josefina, extrañada de tan repentina despedida; salió del comedor, cruzó las salas, y un momento después el portero, descubriéndose respetuosamente, le abría la lujosa verja del parque.
Con un solo ejemplo se demuestra el poder de la rutinaria costumbre en aquel santo varón, y es que, viviendo en aquellos días de su ancianidad en la calle de Atocha, entraba siempre por la verja de la calle de San Sebastián y puerta del Norte, sin que hubiera para ello otra razón que la de haber usado dicha entrada en los treinta y siete años que vivió en su renombrada casa de comercio de la Plazuela del Ángel.
Dio algunos pasos y se sentó en la acera al pie de la verja que rodea el jardín. Apoyó los codos en las rodillas y metió la cabeza entre las manos. Y pensó vagamente en que había llegado el último instante de su vida; y volvió a rezar fervorosamente implorando la misericordia divina. Al cabo de un rato percibió que un transeúnte se paraba delante de él y se sintió cogido por el brazo.
Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose en la obscuridad el adorable bulto de Alicia, se decidió el príncipe á alejarse. Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena, y sin embargo le pareció breve el camino. Le acompañaban recuerdos y promesas. Nunca había andado tan ligeramente.
Al pasar junto al jardín de Páez, la luz de gas que brillaba entre las filigranas de hierro de la verja, en un globo de cristal opaco, le hizo ver su sombra de cura dibujada fantásticamente sobre la polvorienta carretera. Se avergonzó, testigo él mismo de sus locuras; y contuvo el paso. «Debo de estar borracho.
Lázaro, como de costumbre, había bajado al jardín, y con su libro entre las manos, paseo arriba, paseo abajo, recorría lentamente el trecho comprendido entre la estufa de cristales y la verja de entrada, pasando repetidas veces ante las rejas del salón de baile.
Pero los mecánicos también hacían la guerra, y además no había esencia y era necesario un permiso para correr por los caminos... Total: que había tenido que esperar el tranvía de Mentón ante la verja de su jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción interesante. Creyó caer en un mundo olvidado al verse entre los pasajeros populares. Le molestaba la curiosidad general.
Si Amaury hubiese abrigado algún temor, no habría dejado de parecerle bien extraño a quien hubiere observado la sonrisa con que le recibían todos los criados, desde el conserje que acudió a abrirle la verja hasta el ayuda de cámara que al pasar encontró en el vestíbulo, sonrisa reveladora de que lo consideraban como miembro de la familia que habitaba en el palacio.
Gabriel, en sus paseos por la catedral, admiraba la verja del altar mayor, maravillosa obra de Villalpando, con sus follajes de oro viejo y sus barrotes negruzcos con manchas de estaño. Estas manchas hacían afirmar a los mendigos y guías del templo que la verja era de plata, sólo que los señores canónigos la habían pintado de negro para evitar que la robasen los soldados de Napoleón.
Palabra del Dia
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