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Actualizado: 5 de junio de 2025
La moral, la moral elegante quedaba a salvo con que el amante no entrase en el mismo coche, aunque fuesen pocos minutos después a juntarse en el dulce retiro de un gabinete particular. Cuando Clementina llegó a su casa eran las seis y media. Silbó el cochero. Salió de su pabelloncito el portero a abrir la puerta de la verja y luego la del coche. El mismo se encargó de pagar al cochero.
¡Atención...! ¡Marchen! dijo Gabriel, obedeciendo a una señal exterior. Y el carro sagrado comenzó a moverse con lentitud por el plano inclinado de madera que cubría los peldaños del altar mayor. Al pasar la verja hubo que detenerse.
No; ni ganas contestó Yuba-Bill secamente, viendo ofendida en su persona, por tan contumaz individua, a toda la compañía pionera de diligencias. ¡Pues, sí que la hemos hecho buena!... replicó el juez, pensando en la verja allanada. Mire usted dijo Yuba-Bill, con delicada ironía, ¿no haría mejor en volverse y tomar asiento en el coche hasta que le avisaran? Yo entro.
Creyó reconocerla de lejos en una señora que atravesaba la verja por la entrada de la rue Pasquier. Le parecía algo distinta, pero se le ocurrió que las modas veraniegas podían haber cambiado el aspecto de su persona. Antes de que se aproximase pudo convencerse de su error. No iba sola: otra señora se unió á ella.
Pasaban rozando la verja algunas mujeres con la cabeza baja y la mantilla sobre los ojos. En las baldosas de la acera sonaban las muletas de un cojo, y más allá de la torre, bajo el gran arco que pone en comunicación el palacio del arzobispo con la catedral, reuníanse los mendigos para tomar sitio en la puerta del claustro. Devotas y pordioseros se conocían.
El campanero y los amigos le admiraban. ¡Un hombre de tanta sabiduría, y trabajaba, como cualquiera de ellos, para ayudar a su hermano! La señora Tomasa le detuvo una mañana junto a la verja del jardín. Hay noticias, Gabriel. Creo saber dónde está nuestra pájara. No te digo más; pero prepárate a ayudarme. El día que menos lo pienses la ves en la catedral. Terminó la erección del Monumento.
Entonces, corriente. Dame hoy doble ración de ternura, porque desde mañana viviremos separados ... ¡Así lo exige la política! Habían llegado á la verja de la quinta de Montretout; entraron y pasaron la velada haciendo proyectos para el porvenir. Al día siguiente, como había dispuesto Roussel, Mauricio se presentó en la Celle-Saint-Cloud y fué recibido sin dificultades.
Era blanca la casa, blancas las persianas, blanca la verja, blanca la tienda de campaña de blanco pabellón ya levantada en la playa, blanca la lancha amarrada a la orilla; blancos los rosales que florecían en los cuadros, los geranios que adornaban la entrada y los claveles que perfumaban el jardín.
Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á una reina. La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado, acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?... En la biblioteca, con lord Lewis.
Vete; ya es muy tarde.... Tengo que madrugar.... Mientras tú estás roncando... yo tengo que trabajar en el changarro. Me despedí del buen anciano, y tomé calle arriba, hasta el cementerio de San Antonio. Subí la escalinata, y de codos en la verja me puse a contemplar la ciudad. La noche estaba obscura; negras nubes ocultaban el horizonte.
Palabra del Dia
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