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Pero estas aficiones, al ser trasmitidas, sufrieron alguna modificación, como sucede casi siempre en tales casos. D.ª Rosario alimentaba su inclinación á las flores regando los crecidos y frescos claveles y geranios de sus tiestos. Octavio desdeñaba estas flores por vulgares y mentaba á menudo en su discurso otras exóticas, totalmente desconocidas para los habitantes de la villa.

Sènto, por consejo del maestro, se tendió entre dos macizos de geranios a la sombra de la barraca. La pesada escopeta descansaba en la cerca de cañas apuntando fijamente a la boca del horno. No podía perderse el tiro. Serenidad y darle al gatillo a tiempo. ¡Adiós, muchacho! A él le gustaban mucho aquellas cosas; pero tenía nietos, y además estos asuntos los arregla mejor uno sólo.

Era blanca la casa, blancas las persianas, blanca la verja, blanca la tienda de campaña de blanco pabellón ya levantada en la playa, blanca la lancha amarrada a la orilla; blancos los rosales que florecían en los cuadros, los geranios que adornaban la entrada y los claveles que perfumaban el jardín.

Sobre la cama caían cortinas de flores encarnadas, semejantes a las que habían abrigado mis primeros sueños de niña; en el borde de la ventana había geranios y artanitas que yo siempre cultivaba; adornaban las paredes algunos cuadros sobre los cuales mis miradas descansaban en otros tiempos al despertarme, y en los estantes encontré los libros en que había aprendido las primeras nociones del amor.

Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.

No quería oír en balde baladronadas y mentiras. Lo cierto era que le pedían cuarenta duros, y si no los dejaba en el horno le quemarían su barraca, aquella barraca que miraba ya como un hijo próximo a perderse; con sus paredes de deslumbrante blancura, la montera de negra paja con crucecitas en los extremos, las ventanas azules, la parra sobre la puerta como verde celosía, por la que se filtraba el sol con palpitaciones de oro vivo; los macizos de geranios y dompedros orlando la vivienda, contenidos por una cerca de cañas; y más allá de la vieja higuera el horno, de barro y ladrillos, redondo y achatado como un hormiguero de África.

En el balcón de madera brillan los geranios rojos; en el huerto, algunos girasoles levantan sus grandes flores sobre sus tallos. Subo la escalera y me asomo al balcón. Las vacas pastan en nuestro prado; mis chicos suelen seguirlas protegidos del sol por grandes sombreros de paja.

También se vanagloriaba de poseer un alma elevada y poética, que había sabido resistir á la influencia prosaica y á las costumbres vulgares del pueblo en que vivía. Por la noche, antes de recogerse, solía abrir el balcón de su cuarto para contemplar la bóveda estrellada. Alimentaba un canario y una pareja de tórtolas, y cultivaba esmeradamente en tiestos algunas plantas de claveles y geranios.

En torno de las rosas colocó en vez del relleno verde de almoraduj y malva otro de alelíes blancos y morados y en seguida una faja de geranios de todos colores, combinándolos graciosamente. Estaba hecho el ramillete. Para cerrarlo cogió algunos puñados de tomillo y los fue agregando a fin de que le sirviesen de apoyo.

Geranios, rosales de pitiminí y clavellinas, todo florido, pues ya he dicho que estábamos en Mayo, vimos nosotros en aquellos dos jardinillos tan graciosamente imaginados y dispuestos.