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Actualizado: 24 de julio de 2025
La gente joven que Maltrana había encontrado algunas veces junto a la verja que cerraba el paso a los camarotes, espiando las idas y venidas de camareras y criadas, manteníase a cierta distancia, contemplando a Nélida con una admiración casi homicida. La devoraban todos con los ojos. Parecía que de un momento a otro iban a caer sobre ella, despedazándola.
Una claridad gris se esparcía en la habitación. Algunos heridos, en la sala contigua, empezaban a sentir el delirio de la fiebre y se les oía llamar a sus mujeres y a sus hijos. Poco después, un rumor de voces, un ruido de idas y venidas, rompieron el silencio de la noche. Catalina y Luisa se despertaron y vieron a Juan Claudio, sentado cerca de la ventana, que las miraba con ternura.
Catalina Lefèvre, sola, seria y callada, pensaba en los pasados tiempos, mientras vigilaba con aspecto impasible las idas y venidas del pequeño mundo que la rodeaba. Aquella mujer tenía demasiada edad y era demasiado seria para olvidar en un día lo que le había tan vivamente conmovido.
Ahora, todavía, a pesar de haber pasado los malos tiempos y de la fortuna con tantos esfuerzos adquirida, ambos, el hombre y la mujer, eran quienes se levantaban primero en la granja. A aquella hora matutina, oía sus idas y venidas por las grandes cocinas de la planta baja, vigilando el café de los trabajadores.
Mientras la de Páez daba a entender con su aire melancólico y aburrido que su reino no era de este mundo, y que Ronzal había hecho demasiado atreviéndose a invitarla a bailar, el diputado ponía los cinco sentidos en no equivocarse, en no pisar el vestido ni los pies a ninguna señorita y en imitar servilmente las idas y venidas y las genuflexiones de Trifón.
El viejo pudo verla de cerca con sus ojos cegatos. «¡Sí que era guapa!» El revoloteo de sus faldas y los frecuentes encontrones que tuvo con ella en sus idas y venidas por la cocina perturbaron al apóstol. Su olfato de guisandero se sintió molestado por el perfume de esta señora. «Guapa, pero con olor de...», repitió mentalmente. Para él, todo perfume femenil merecía este título injurioso.
Disparóse mucha artillería dellas y del castillo, y de las galeras de la presa no disparó ninguna. Entraron demostrando el descontento que todos traíamos en vernos llevar á Trípol tan al contrario de como pensábamos ir á él. La armada tardó allí tres días: de aquí licenció el Bajá dos fragatas que había días que tenía. Eran venidas á rescatar cristianos.
Fácilmente puede imaginarse la animación de la granja, las idas y venidas de los criados, los gritos de entusiasmo de todo el mundo, el chocar de vasos y tenedores, y la alegría que reflejaban aquellos rostros cuando Juan Claudio, el doctor Lorquin, los Materne y cuantos habían acompañado al carruaje de Catalina se instalaron en la amplia sala, alrededor de un magnífico jamón, y se pusieron a celebrar sus futuros triunfos con la jarra en la mano.
Al observar la barba de Don Felipe, aquel rojo vellón donde la luz del aceite ponía ahora toques purpúreos, el canónigo pensó en las razas antiguas venidas hasta la Iberia desde los mares tempestuosos del Norte; y cerrando, a su vez, los ojos, soñó con repugnancia en bárbaros rubios y en carnosas hembras desnudas, con cabelleras color de naranja, como señaladas, desde entonces, por un reflejo infernal.
mientras de Marte bélicas canciones el pecho llenan de feroz bravura, tornando en lobo al hombre en la espesura y en rayo el galopar de los bridones, sobre el lomo rizado de las olas que hendieron las valientes carabelas venidas de las playas españolas, llegas, del Arte envuelto entre las galas, tendiendo al aire tus gallardas velas, como un cisne cantor de blancas alas. Octubre, 1915.
Palabra del Dia
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