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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pues es un lugar muy alto que hay allá en el cielo, donde van a sentarse las que mueren solteras. Dimos algunas vueltas por el parque y observé que conocía mucha gente, porque al parecer era mucha la que había a la sazón, de Málaga. Lo que más me sorprendía era la seguridad y precisión con que determinaba la hacienda de cada uno de sus conocidos. Veíamos, por ejemplo, una señora con su hijo.
Yo miraba estas aguas sin pensamiento, con una vaga tristeza. De cuando en cuando el grumete volvía a su canción. A lo lejos veíamos vagamente los pueblos y el mar, muy azul, con un azul de Prusía, cerca de la costa. Las rocas de los acantilados aparecían ribeteadas por una línea negra dejada por la marea, y los arenales húmedos brillaban al sol.
Dos niños cuyas voces llegaban hasta nosotros y una mujer joven de la cual sólo veíamos el vestido de tela ligera y una manteleta roja se adelantaban hacia el cazador. Los niños le hacían graciosas señas reveladoras de su alegría, corriendo lo más veloces que sus piernecitas permitían: la madre avanzaba más despacio y con una mano agitaba una punta de su manteleta color de púrpura.
»Su padre y yo estábamos enternecidos y veíamos con lágrimas en los ojos aquella dicha inefable y ultra-terrena. ¡Allí, sólo faltaba usted, Antoñita! »No bastándole a Magdalena aquella, contemplación tranquila y reposada, me indicó que me acercase y, levantándose, se apoyó en mi brazo.
Perdóneme la señora del almacen, perdónenme los dos caballeros parisienses; yo no lo creo; en honra de Francia, no lo debo creer. Desde los altos y espaciosos pórticos de aquel templo, veiamos á un mismo tiempo la calle Real, la hermosa plaza de la Concordia, las entenas y cables de un bergantin surto en el Sena, y uno de los palacios que adornan la otra orilla del rio.
Déjate ahora de eso, que ya se arreglará repuso doña Juana con un desdén admirable . Y dime: si llegas a ser diputado, ¿te sentarás en aquellos bancos de terciopelo que veíamos desde la trebuna? Es claro. ¿Y te llamarán de Usía? Naturalmente. ¿Y te codearás con los ministros? Es de razón. ¿Y viviremos en Madrid? Regularmente. ¿Y nos publicarán en los papeles? Puede que sí.
Muchos opinaron que algún navío español o inglés había encallado allí, y que las hogueras que veíamos eran encendidas por la tripulación náufraga. Nuestra ansiedad crecía por momentos; y respecto a mí, debo decir que me creí cercano a un fin desastroso. Ni ponía atención a lo que a bordo pasaba, ni en la turbación de mi espíritu podía ocuparme más que de la muerte, que juzgaba inevitable.
En cuanto alcanzaban los ojos veíamos leguas y leguas de campos sin verdor, recién arados con el mayor esmero, en donde iban á sembrarse los gérmenes de la cosecha de 1878; ¡pero ni un árbol, ni una vivienda, ni un chorro de agua, ni la más leve ondulación en el terreno!.....
Nos aproximamos cuanto pudimos, y echamos de ver que era el retrato de su pintor. Uno de los curiosos que visitaban el Museo en aquel dia, contemplaba el retrato con cierta entusiasta curiosidad, casi con maravilla. Esto nos llamó la atencion á nosotros, que no veiamos en aquella pintura un motivo tan grande de admiracion y de entusiasmo.
Navegábamos como un delfín, con el casco inclinado y las olas lamiendo la cubierta; pero en el cañonero apretaban las máquinas, y cada vez veíamos más grande el barco, aunque no por esto perdíamos mucha distancia. ¡Ah! ¡Si hubiéramos estado a media tarde! Habría cerrado la noche antes que nos alcanzara, y cualquiera nos encuentra en la oscuridad.
Palabra del Dia
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