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Actualizado: 22 de junio de 2025


Al término de aquella nave veíase otra igual y salvando un patio que las separaba, había entre ambas un puentecillo estrecho de madera, junto al cual giraba sobre su eje la enorme rueda de un colosal volante. Cuando iba Gasparón por la mitad del puentecillo, vio que de la segunda nave llegaba un aprendiz corriendo, con tal ímpetu, y tan lanzado a la carrera, que ya no podía detenerse.

Veíase desde la mitad del paseo cómo se remontaba la popa cual si fuese a volar, hundiéndose después con una rapidez que angustiaba a muchos, produciendo en su diafragma una sensación de vacío. Corrían las gentes al balconaje para presenciar detrás de los cristales los asaltos del mar en cólera, un espectáculo extraordinario después de tantos días de bonanza.

Casi se sentía inclinado a reprochar el leal comportamiento de Fabrice ante cuya lealtad veíase obligado a inclinarse, cuando él se hubiera creído dichoso en poderle arrojar al rostro cualquier sangriento ultraje. Era, pues, ¡ay!, con sentimientos vecinos al odio que se alejaba del amigo de su juventud.

En la sala donde estaba la máquina, tenía Bou su mesa de trabajo, y en esta la piedra en que dibujaba, puesta sobre un disco de madera giratorio, con cuyo mecanismo él le daba vueltas como si fuera un papel. A poca distancia veíase la prensa de mano donde se sacaban las pruebas y se hacían los reportes.

Le imponía tanta magnificencia: la escalera toda de mármol, con dos leonazos melenudos al pie, a derecha e izquierda, las fauces abiertas, como si quisieran tragarse al incauto visitante; en el primer descanso, plantas exóticas; arriba, una vidriera de colores, y cuando la puerta se abría, veíase lujoso recibimiento, con estatuas y cuadros.

Veíase su labor en los cuellos del Gobernador; los militares la mostraban en sus bandas y fajas; el ministro del altar también dejaba verla en su traje severo; adornaba el gorrito de los recién nacidos, y hasta los ataúdes de los que llevaban á enterrar.

Claridad de alegres habitaciones lucía en los huecos, y el balcón principal estaba abierto. Veíase en él una pequeña ascua: era la lumbre de un cigarro. Antes que el doctor llegase, aquella ascua cayó, describiendo una perpendicular y dividiéndose en menudas y saltonas chispas; era que el fumador había arrojado la colilla.

Veíase en el coche de alquiler que los condujo a la calle de Quiñones, donde está el vulgar y triste edificio llamado Modelo con descarada impropiedad; el coche paraba junto a una puerta en la cual había un soldado de guardia, y más a la izquierda un grupo de pobres disputándose las sobras del rancho de las presas.

El, tan feo y miserable, que sólo burlas o indiferencia inspiraba a las mujeres, veíase amado, y para mayor asombro, era la hembra la que salía a su encuentro, ofreciéndose en un arrebato de audacia. No dejaba de reconocer que en este amor había mucho de admiración. La pobre muchacha de las Carolinas le adoraba como un ser superior.

Fortalecido por tales propósitos, siguió escribiendo con más soltura e ingenuidad, como si fuese el mismo hombre de diez días antes y esta carta igual a la que había enviado desde Tenerife. Pero no era el mismo; veíase obligado a reconocerlo. Sus pecados le ligaban a aquel buque, y mientras no saliese de él, serían inútiles sus esfuerzos para volver al pasado.

Palabra del Dia

rigoleto

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