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Actualizado: 22 de julio de 2025
Ramiro la había descifrado días antes, con el auxilio de un padre dominico. Veíase, hacia la izquierda, a María Padilla, la favorita de don Pedro, sentada en fabuloso jardín, amarillo y azul. Un pavo real abría su fastuosa pantalla junto a un estanque.
Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la familia o aislándose de ella a su capricho.
Las casas de campo mostraban su blancura entre las masas de gris plata de los olivares. En el término opuesto del dilatado horizonte, sobre un fondo azul en el que flotaban nubes algodonadas, veíase Sevilla, con su caserío dominado por la imponente masa de la catedral, y la maravillosa Giralda, de un rosa tierno bajo la luz de la tarde.
Su cara veíase surcada profundamente de grandes y rectas arrugas a través de su frente; era la fisonomía de un hombre que durante años había estado expuesto a los rigores e inclemencias del viento y del tiempo de diferentes climas. Después de saludarnos, se rió alegremente cuando le explicamos nuestra admiración por las casas viejas.
Mientras D. Bernardo, por virtud de la riqueza heredada de sus padres, comenzó desde muy joven a figurar en la sociedad madrileña y a ser un factor indispensable en los salones y teatros, Hojeda veíase necesitado a seguir la modesta carrera de farmacéutico y a abrir botica, una vez terminada, en la calle de Fuencarral.
No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad había, estallado sobre él. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corría a lo largo de su espalda. La noche había llegado de pronto. A la luz de los relámpagos veíase el mar con la superficie mate estremecida por el choque de la lluvia. Febrer marchó hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas.
Desde hacía algún tiempo que andaba como loco, sin discurrir otra cosa que disparates. ¿Y todo por qué?... Por amar absurdamente a una muchacha que podía ser su hija; por un capricho casi senil, pues él, a pesar de su relativa juventud, veíase viejo, triste y miserable ante Margalida y los rústicos atlots que se agitaban en torno a su belleza. ¡Ay, el ambiente! ¡El maldito ambiente!
Flaco, seco, y con cara de contradicción, hacía de notario de reinos don Jorge Ganzúa, que lo había sido de Coria. Veíase a otra parte de pie, y en actitud de huir a la primera orden, a un cabo del Resguardo, partidario que fue del año 23. Representaba éste al ministro de la Guerra, y llamábase Cuadrado, además de serlo.
Viendo lo cual, Marcos Divès quedose pensativo. «Si nos rodean pensaba no podremos procurarnos víveres, y será preciso rendirse o morir de hambre.» Veíase perfectamente al estado mayor enemigo parado, a caballo, alrededor de la fuente de la aldea de Charmes.
Sobre una mesa del siglo XVIII veíase una imagen policroma de San Jorge pisoteando moros bajo su corcel; y más allá la cama, la imponente cama, monumento venerable de la familia.
Palabra del Dia
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