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Actualizado: 14 de julio de 2025
Al poner el pie en el estribo, limitóse a decir el viajero en francés muy bien acentuado: Grand Hôtel... Boulevard des Capucins... El coche arrancó dando tumbos como cualquier simón de nuestra España, y el viajero no pareció experimentar esa sorpresa mezclada de admiración, curiosidad y entusiasmo que embarga a todo el que llega a París, una, dos, tres y hasta cuatro o cinco veces.
Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo.
Todos llegarían apresuradamente, dando tumbos y tropiezos, y dirigiendo con espanto y horror las miradas hacia el tablado fatídico. ¿Y á quién percibirían allí á la luz rojiza de la aurora? ¡Á quién, sino al Reverendo Arturo Dimmesdale, medio helado de frío, abrumado de vergüenza, y de pie donde había estado Ester Prynne!
Le sujetaron como a un loco, sordos a sus súplicas, indiferentes a sus maldiciones. La barca, abandonada de todo auxilio, corría a la muerte dando tumbos sobre las olas.
Y todavía la hermana volvió a escanciarle. Siguieron buscando. El mozo, tremulento, daba tumbos y juraba balbuciente; ella se reía y le iba proponiendo: Te casas con ella si quieres..., y si no..., no te casas.... Al atravesar la antesala encontraron a doña Rebeca, toda despavorida y angustiada, apretando convulsa un puño de pesetas.
Los otros, que parecían indecisos, retrocedieron; pero en seguida volvieron a acometer atropellándose los unos a los otros para acabar más pronto con aquellos hombres. Ya iban a llegar a la chalupa, cuando ésta, que desde hacía algunos instantes estaba dando tumbos sacudida por la marea, se puso a flote deslizándose a través del banco. ¡Libres! gritó Cornelio.
Por fin se arregló de cualquier modo, pasose un peine por el pelo, y dando tumbos se fue a la salita donde aguardaba el sacerdote, en pie, mirando las fotografías de personas de la familia, única decoración de la mezquina y pobre estancia. «Dispénseme usted, Sr.
El roder y su acólito tomaron asiento en la tartana de su pueblo, entre tres vecinas que saludaron con afecto al siñor Quico y unos cuantos chicuelos que pasaban las manos por el cargado retaco como si fuese una santa imagen. La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de naranjos, cargados de flor de azahar.
Don Roque, don Segis, don Benigno, don Juan el Salado y el señor Anselmo el ebanista, se encargaban a plazo fijo de hacerlo pasar a la suya. Era un vino blanco, fuerte, superior, que se subía a la cabeza con facilidad asombrosa. Los tertulios de la tienda, todas las noches, entre once y doce, salían dando tumbos para sus casas; pero silenciosos, graves, sin dar jamás el menor escándalo.
Diciendo pestes del recaudador, que le oía sereno e inmutable, y echando ternos contra el Gobierno, que cobraba semejantes impuestos sin mantener en los caminos ni un soldado, volvió a su asiento y a su zarape multicolor. Allí el vehículo comenzó a dar tumbos y más tumbos. Las calles de Villaverde estaban peores que la carretera.
Palabra del Dia
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