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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Todos se atreven con ella; innumerables especies se acomodan en su lomo y viven á sus expensas, llegando su descaro hasta el punto de roer su lengua. El narval, armado de traidoras defensas, las hunde en sus carnes; los delfines saltan y la muerden, y el tiburón, al vuelo, de un golpe de sierra le arranca un sangriento jirón.

Y á pesar de que estaba resignado á morir, agitó las piernas desesperadamente, queriendo elevarse sobre las traidoras blanduras. En vez de seguir descendiendo, notó que subía, y al poco rato pudo abrir los ojos y respirar, avisado por el contacto atmosférico de que había llegado á la superficie. No estaba seguro del tiempo que había pasado en el abismo.

Y él por ocultas vias y secretas Se agazapó debaxo del navio, Y usó con él de sus traidoras tretas. Hirió con el tridente en lo vacio Del buco, y el estomago le llena De un copioso corriente amargo rio. Advertido el peligro, al aire suena Una confusa voz, la qual resulta De otras mil que el temor forma y la pena.

Asia... los tirsos, la piel de tigre de Baco». Ana sabía mucho de estos recuerdos mitológicos y pronto había dejado de ver el pobre aparato escénico del teatro de Vetusta y las bailarinas prosaicas y no todas bien formadas, para trasladarse a la imaginada región de Oriente donde su fantasía, a medias ilustrada, veía bosques misteriosos, carreras frenéticas de las bacantes enloquecidas por la música estridente y por las libaciones de perpetua orgía, al aire libre. ¡La bacante! la fanática de la naturaleza, ebria de los juegos de su vida lozana y salvaje; el placer sin tregua, el placer sin medida, sin miedo; aquella carrera desenfrenada por los campos libres, saltando abismos, cayendo con delicia en lo desconocido, en el peligro incierto de precipicios y enramadas traidoras y exuberantes.... Mientras Visita recordaba de mala manera en el piano aquella humilde polka de Salacia, que tenía de bueno lo que tenía de copia, la Regenta dejaba bailar en su cerebro todos aquellos fantasmas de sus lecturas, de sus sueños y de su pasión irritada.

Sus gallos daban siempre el pecho; los demás seguían una cobarde táctica de combate, simulaban huir en torno al ruedo, y cuando más confiado iba el héroe en su persecución, se volvían inopinadamente y le daban traidoras estocadas. Sus gallos, como los personajes de Sófocles, sabían morir con belleza, y por lo tanto con gloria, que viene a ser lo mismo.

Antes al contrario, se emplean para conseguirlas todos los medios que la inteligencia despierta de los socios, encendida por el deseo, les sugiere. ¡Qué de intrigas espantables y tenebrosas! ¡Qué de crueles asechanzas! ¡Cuántas palabras pérfidas! ¡Cuántas sonrisas traidoras! El espíritu se estremece y los cabellos se erizan al acercarse a este hervidero de las pasiones humanas.

Los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o de Lefebvre iban huyendo de sus traidoras filas en cuanto se les presentaba ocasión para ello, de tal modo, que al verificar sus marchas aquellos ejércitos por parajes montuosos o quebrados, veían que los españoles se les escapaban por entre los dedos, como suele decirse.

Yo vengo aquí, hoy que crece en nuestro suelo el manzanillo enfermo del pesimismo, y en que diríase que se está pudriendo y desmigajando por momentos el alma nacional, a evocar su memoria sagrada, y al evocarla, a pedir a vosotros todos y en vosotros a todos mis conciudadanos , menos política aleve, menos intriga sutil, menos ambiciones, menos complicidades, menos emboscadas tenebrosas: y más piedad para los yerros y ofensas, y más respeto para todos los preceptos constitucionales, y más rectitud para rechazar a los que sean capaces de invitar al deshonor y al crimen, y más pureza para defender los principios patrios, y más voluntad para no codearse con los viles, y más valor para sacarlos por el cuello y ponerlos adonde el sol los queme y los destruya.... Yo vengo aquí, a rendir el tributo infeliz de mis palabras, al literato insigne, al poeta sincero, al orador maravilloso, al hombre tierno y sonoro, grande y bueno, que despertó en mi alma, ya con las armonías incomparables de su joyante prosa, ya con los trinos melodiosos de sus versos, ya con el himno triunfal de su voz pitonisaria, el amor inextinguible por la Libertad y la Belleza; al hombre cuya cabeza ya está hueca, cuyos labios ya están mudos, cuya mano está ya deshecha, al apóstol y al mártir que reposa para siempre en la almohada eterna y en el inmortal silencio.... Vengo aquí, en fin, trémulo y reverente, como hijo agradecido y amoroso, a ofrendarle mis pobres flores, mis flores descoloridas y sin perfume, mis pobres flores que acaso manos traidoras arrebaten y despedacen, atendiendo al dolor que en algunos vivos proporciona la glorificación de aquellos muertos cuyas virtudes no saben; o no quieren imitar.... , porque es triste cosa, pero es lo cierto; todo aquel que posee una cualidad extraordinaria, lástima, sin más que eso, al que no tiene ninguna: no hay bien de uno que no traiga la tristeza de otro; no se rinde homenaje a un muerto que no vaya acompañado por malignas lágrimas o malignas sonrisas.

Tal cual la vio, oyó y admiró Fabrice por la primera vez en el blanco salón de la baronesa, con su belleza de Musa y su voz grave y melodiosa, tal está Beatriz delante de él en estos momentos... Y Beatriz es su mujer: tiene allí, además, bajo su vista, cerca del corazón, su hija y su arte, es decir, todo cuanto ama en el mundo... y no es dichoso... Las venenosas insinuaciones de la señora de Montauron voltejean traidoras, implacables por su cabeza.

Después de servir a D. Carlos en una posición militar administrativa, Rubín había sido expulsado del Cuartel Real. Sus íntimos amigos le oyeron hablar de calumnias y de celadas traidoras; pero nada se sabía concretamente.

Palabra del Dia

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