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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Venían de hacer una promesa a la Virgen de los Cubells y habían dejado en su altar dos velas rizadas traídas de la ciudad. Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la vieja, el egoísmo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus ojos delataban cierta impaciencia. Aquel día era de festeig.
Los chiquillos, tendidos sobre el vientre, jugaban a la carteta a la sombra de las embarcaciones; y los viejos, fumando sus pipas de barro traídas de Argel, hablaban de la pesca o de las magníficas expediciones que se hacían en otros tiempos a Gibraltar y a la costa de África, antes que al demonio se le ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera.
Los paseantes abandonaban poco á poco el Malecon para irse á la Luneta, cuya música dejaba oir pedazos de melodías traidas hasta allí por la fresca brisa de la tarde; los marineros de un barco de guerra, anclado en el río, ejecutaban las maniobras de antes de la noche, trepando por las cuerdas ligeros como arañas; las embarcaciones encendían poco á poco sus fanales dando señales de vida y la playa
La comida del coloso daba motivo á nuevas lágrimas del profesor. Varios desalmados de los que pululan en los puertos eran los que preparaban su alimento, en una de las grandes calderas traídas de su antigua vivienda. Esta gente inquietante y zafia reemplazaba á la selecta servidumbre que había trabajado para él en la cumbre de la colina. Lo alimentaban con arreglo á su trabajo.
Hasta una ternura, una palabra cariñosa te venden, porque al punto se ve que son sobras de otra parte, traídas aquí por deber y para cubrir el expediente... Palabras y caricias vienen muy usadas. ¡Cuánto sabes! Más sabes tú... No, no, más sé yo.
El milagro y el verdadero Dios eran incompatibles. Había coincidencias providenciales, que al hombre piadoso debían servirle de advertencias saludables, emanadas de Dios, traídas por la naturaleza. No era un milagro que se hubiesen equivocado los médicos que antaño le habían condenado para siempre a la esterilidad de su mujer; no era un milagro que Emma pariese ya cerca de los cuarenta años.
La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traídas sobre la frente, formaban como dos pequeños cuernos. Esos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre ardiente, más intenso aún que el llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ¡qué sé yo!
15 Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del Rey. 16 En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra. 1 Al Vencedor: a los hijos de Coré: Salmo sobre Alamot. Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Lo demás, trípticos y tablas, espadas y armaduras de los Torreroel de la Reconquista, las riquezas exóticas traídas de las Indias por los virreyes, y los regalos que varios monarcas de Europa habían hecho a sus abuelos, embajadores que dejaron en las cortes más famosas el recuerdo de su fastuosidad principesca, todo había ido desapareciendo después de noches terribles en que la fortuna le volvía la espalda en la mesa de juego, consolándose de su desgracia con juergas estruendosas, de las que hablaba Jerez durante mucho tiempo.
En la piazzetta de San Márcos, tocando con la Plaza y dando el frente al Gran Canal, dos gigantes columnas de granito, traidas de Alejandría, coronadas la una por una estatua de San Teodoro, primer patron de Venecia, la otra por un leon, símbolo de la fuerza: son de una sola pieza, admirables.
Palabra del Dia
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