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Actualizado: 13 de julio de 2025


Se respetaban sin perjuicio de tenerse envidia. Petra envidiaba a Teresina la estatura, los ojos y la casa del Magistral. Teresina envidiaba a Petra su desenvoltura, su gracia, su conocimiento de las maneras finas y de la vida de ciudad. ¿Qué te quiere esa señora? preguntó doña Paula en cuanto se vio a solas con su hijo. No ; aún no he abierto la carta. ¿Una carta? , esa.

¿Qué quería usted? preguntó, como pudo haberlo preguntado la pared. Petra se repuso y, casi con altanería, contestó: Era un recado para el señor Magistral. Y salió del despacho. En la puerta de la escalera la recibió con afable sonrisa Teresina y se despidieron con sendos besos en las mejillas, como las señoritas de Vetusta. Eran amigas, ambas de la aristocracia de la servidumbre.

Se apartó de la mesa. A propósito. ¿Por qué no has avisado a tu madre? ¿De qué? De que comías fuera... ¿Pero usted sabe?... Ya lo creo, hijo mío. Dos veces estuvo aquí Teresina de parte de Paula; que dónde estaba el señorito, que si había comido aquí. No, hija, no; tuve que salir yo mismo a decírselo. Y a la media hora, vuelta.

Tal vez en otras circunstancias no hubiera tenido buen recibimiento; pero al saber que venía de parte de doña Ana, sintió el clérigo dulce piedad, y perdonó de repente a aquella extraviada criatura sus insinuaciones vanas y perversas de otro tiempo. Fingió también no reconocerla. Teresina los espiaba desde la sombra en el pasadizo inmediato.

Teresina, a quien esperaba para muy pronto una colocación de señorona allá en cierta administración de bienes del amo, casada con un buen mozo, Teresina la había enterado de lo que ella no había podido observar y adivinar, le había abierto los ojos y llenado la boca de agua; Petra comprendía que la casa del Magistral era el camino más seguro para llegar a casarse y ser señora o poco menos.... La ocasión había llegado; después de la romería de San Pedro creía ella que todo era cuestión de semanas, de esperar una oportunidad; Teresina saldría pronto bien colocada y entraría ella en su puesto.... Pero no fue así; el Magistral no volvió a solicitar a Petra; cuando tuvo que hablarla, no fue para asuntos que a ella directamente le importasen, fue... ¡qué vergüenza! para comprarla como espía.

Don Fermín hubiera deseado que la estación no pasara, que los ausentes se quedaran por allá. Su madre había ido a Matalerejo a cobrar rentas y preparar la recolección; a recoger intereses de mucho dinero esparcido por aquellas montañas. Teresina era el ama de casa.

Pero, madre... Déjame. Teresina quedó a solas con su amo y mientras le servía agua dejando caer el chorro desde muy alto, suspiró discretamente. De Pas la miró, un poco sorprendido. Estaba muy guapa; parecía una virgen de cera. Ella no levantó los ojos. De todas maneras, le era antipática. Su madre la mimaba y a los criados no hay que darles alas.

Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. Llevó el servicio del café, volvió a buscar un jarro de estaño y el cubo del lavabo; entró de nuevo con ellos y una toalla limpia.

Doña Paula miraba a su hijo y a Teresina alternativamente, encogía los hombros cuando no la veían ni la doncella, que iba y venía con platos y fuentes, ni su hijo que miraba al mantel distraído, comiendo por máquina y muy poco. Teresina era ya toda del señorito; nada decía al ama de las cartas que a don Fermín entregaba.

Aquel agosto, tan triste para don Víctor, era para el Magistral el tiempo más dichoso de su vida. Cuando oía, desde su despacho, muy temprano, el «Santo Dios, Santo Fuerte», que cantaba como si fueran malagueñas, Teresina, que hacía la limpieza allá fuera, tentaciones sentía de cantar él también. No cantaba, pero se levantaba, salía al pasillo.

Palabra del Dia

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