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Actualizado: 13 de julio de 2025
Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando. Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.
Y al fin Teresina... era de su casa, pero Petra era de la otra, de Ana. Ya no se disculpaba con los sofismas del maquiavelismo, de la conveniencia de tener de su parte a la criada. «Con unas cuantas monedas de oro hubiera conseguido lo mismo». «¿Y don Víctor?
Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos, que estaban como ella los había dejado el día anterior; también tocó los libros de la mesa, pero no se atrevió con los que yacían sobre las sillas y en el suelo. Aquéllos no se tocaban.
Bajó doña Paula y cuando salió Teresina dijo, mientras miraba hacia la puerta: La pobre no sé cómo tiene cuerpo. ¿Por qué? preguntó don Fermín que acababa de oír el primer trueno. Su madre, que estaba en pie junto a él revolviendo el azúcar en el vaso, le miró desde arriba con gesto de indignación. ¿Por qué?
Teresina, el chocolate gritaba alegre, frotándose las manos. Y pasaba al comedor. La doncella, a poco, llegaba con el desayuno en reluciente jícara de china con ramitos de oro. Cerraba tras sí la puerta, y se acercaba a la mesa; dejaba sobre ella el servicio, extendía la servilleta delante del señorito... y esperaba inmóvil a su lado.
El Magistral dormía algunos días la siesta, y doña Paula, por economía, le preparaba así la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un despilfarro de lavado y planchado. Don Fermín volvió a sentarse en su sillón. Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones.
¿Qué quería el señorito? ¿se siente mal? ¿traeré ya el café? ¿Yo?... hija mía... no... no he llamado. Teresina sonrió. Se pasó una mano mórbida y fina por los ojos, abrió un poco la boca, y añadió: Apostaría... haber oído.... No, yo no. ¿Qué hora es? Teresina miró al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral.
En uno de sus movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago; y discretamente, se levantó y volvió a sus paseos.
Teresina, grave, con la mirada en el suelo, entró con el primer plato, que era una ensalada. ¿No te sientas? preguntó al Provisor su madre. No tengo apetito... pero tengo mucha sed.... ¿Estás malo? No, señora... eso no. ¿Cenarás más tarde? No, señora, tampoco.... El Magistral ocupó su asiento enfrente de doña Paula, que se sirvió en silencio.
Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural. Iba a salir. Teresina apareció en el umbral, seria, con la mirada en el suelo, con la expresión de los santos de cromo. ¿Qué hay? Una joven pregunta si se puede ver al señorito. ¿A mí? don Fermín encogió los hombros . ¿Quién es? Petra, la doncella de la señora Regenta.
Palabra del Dia
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