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Actualizado: 24 de octubre de 2025
Bien se lo merece, porque, al fin, si alguna falta cometió, tuvo en este pícaro mundo su purgatorio. La Condesa estaba casada con el señor más terrible que se ha conocido en nuestros días. Todos le temblaban, empezando por su mujer. Había tenido varios lances de los que llaman de honor, y pesaban tres muertes y varias heridas sobre su conciencia.
Por eso tomaba vuelo; por eso daba largas al asunto... por eso, valga la verdad, le temblaban las piernas cada vez que se decía: «Hoy mismo llamo aparte al tío y le digo...». ¡Pero si no sabía lo que había de decirle siquiera! Una tarde llegó el cartero con dos cartas del correo interior.
Don Eugenio andaba sin saber adonde dirigirse. Le temblaban las piernas, pasaban tenues nubecillas ante sus ojos y veía confusamente a los dueños de las tiendas, que le seguían con un gesto de compasión o le llamaban con amistosas señas.
Buen mozo, eso sí; le temblaban todos en la taberna de Copa, los domingos por la tarde, cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta; pero en casa debía ser un marido insufrible.... Aunque bien mirado, todos los hombres eran iguales. ¡Si lo sabría ella! Unos perros que no valían la pena de mirarlos. ¡Hija! ¡y qué desmejorada estaba la pobre Pepeta!...
Aunque la herida le molestaba, salió de nuevo a pasearse después de cenar. Las constelaciones temblaban en el azul inmenso y liso de la noche.
Un vejete seco, encorvado, cuyas manos rojas y cubiertas de escamas temblaban al apoyarse en el grueso cayado, era Cuart de Faitanar; el otro, grueso y majestuoso, con ojillos que apenas si se veían bajo los dos puñados de pelo blanco de sus cejas, era Mislata; poco después llegaba Rascaña, un mocetón de planchada blusa y redonda cabeza de lego; y tras ellos iban presentándose los demás, hasta siete: Favara, Robella, Tormos y Mestalla.
La impiedad y los vicios del héroe aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras jóvenes y una judía de gran belleza le acompañaban como sirvientes en las habitaciones de toda un ala del caserón de los Febrer, que era mucho más grande en aquella época. Además conservaba varios esclavos, turcos unos, tártaros otros, que temblaban al verle.
Al aproximarse á él en una de las evoluciones de su juego mortal, se dió cuenta de que estaban cubiertos de sangre. Sobre sus troncos se extendían unas casacas de púrpura partidas en harapos que temblaban con incesante chorreo. Sus brazos surgían blancos de esta vestidura caliente y húmeda. El príncipe llevaba la peor parte.
Ante el esplendor glorioso de aquel ocaso Mario permaneció inmóvil de sorpresa y admiración. En el paisaje no había más que luz, pero la luz bastaba para llenar de colores y formas el cielo y la llanura. Allá a lo lejos las torres de Madrid temblaban en un vapor azulado debajo de la fantástica ciudad flotante de las nubes.
Introdujeron el primer proyectil en la recámara, mientras el apuntador se esforzaba por distinguir aquel pequeño bastón negro perdido en las ondulaciones del agua. El buque volvió á sufrir otro choque tan rudo como el anterior. Todo él gimió con un estremecimiento agónico. Las planchas temblaban, perdiendo la cohesión que hacía de ellas una sola pieza.
Palabra del Dia
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