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Actualizado: 24 de junio de 2025


Sólo de pensar que le dirigía la palabra a una honrada, le temblaban las carnes. ¡Si cuando iba a su casa y estaban en ella Rufinita Torquemada o la señora de Samaniego con su hija Olimpia, se metía en la cocina por no verse obligado a saludarlas...! iii De esta manera aquel misántropo llegó a vivir más con la visión interna que con la externa.

Y la visita la hicieron una mañana que Tónica no tenía trabajo y su novio pudo abandonar Las Tres Rosas. ¡Qué emoción! En la plaza de la Reina ya le temblaban las piernas a Micaela, pensando en el arrugado papel de estraza que contenía los billetes mugrientos, y más aún en que iba a verse ante aquel señor de quien todos se nacían lenguas.

Mientras duraron nuestros ruegos, la hermana San Sulpicio mostraba en los ojos una inquietud ansiosa; sus labios rojos temblaban de anhelo. Cuando la superiora dio al fin la venia, todo su cuerpo se estremeció y una sonrisa de dicha iluminó su rostro expresivo. Pero nos faltaba lo más difícil: convencer a la hermana María de la Luz.

Según Ceferino Palencia hablaba, el semblante del caballero italiano iba nublándose; endurecía sus facciones el fuego de un rencor violento y recóndito; temblaban sus labios. De pronto, perdiendo el dominio de si mismo, gritó imperativo: ¡Señor Palencia!... Yo le ruego, yo le suplico... que no hable jamás de Eleonora Duse delante de .

Le temblaban los ojos y los caídos bigotes de galo. A pesar de su traje de pana y su bolsa de lienzo repleta, tenía el mismo aspecto grandioso y heroico de las figuras de Rude en el Arco de Triunfo. La «asociada» y el niño trotaban por la acera inmediata para acompañarle hasta la estación.

Por último, al cabo de un rato acostaron al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse á la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las piernas á los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.

La techumbre se vino abajo estruendosamente, aquella erguida techumbre que los vecinos miraban como un insulto, y del enorme brasero subió una columna espantosa de chispas, á cuya incierta y vacilante luz parecía gesticular la huerta con fantásticas muecas. Las paredes del corral temblaban sordamente, cual si dentro de ellas se agitase dando golpes una legión de demonios.

Juraría que le temblaban las piernas y miraba a derecha e izquierda como si hubiera querido huir de allí; tenía el rostro amoratado, y al tomar mi mano con las agitadísimas suyas para besarla, noté que sus labios estaban secos y ardientes.

Las piernas le temblaban levemente y se detuvo un instante para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después de una revuelta, se le apareció la calle en toda su parte habitada, rectilínea y suavemente pendiente hasta desembocar en una de las avenidas de Monte-Carlo. No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse en Villa-Rosa antes de que asomase algún vecino.

El silencio reinaba de nuevo, y de nuevo se veían mujeres modestas vestidas de negro y hombres de cara seria y triste. Durante un rato, las mujeres, cansadas, respiraban más pesadamente, y temblaban las manos de la que acababa de bailar. Una joven bohemia morena comenzaba a cantar un «solo». Bajaba los ojos. Todos deseaban vérselos; pero ella no los levantaba.

Palabra del Dia

rigoleto

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