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Actualizado: 7 de junio de 2025
Y ofrecía un cuadrado de papel azul con el cierre intacto. Era un telegrama. Juanito, al ver el despacho, por un instinto de solidaridad, apartóse de su madre, colocándose al lado del maestro. ¡Bah! dijo el señor Cuadros con indiferencia . Será un telegrama de nuestro corresponsal en Madrid.
Y se las dio apuntadas con mucho primor en una tarjeta: acercóse también el tío Frasquito y suplicóle encarecidamente que, no bien muriese aquel infeliz, se lo avisase al punto por telégrafo; diole entonces su nombre y señas, y el importe del telegrama: una peseta.
El marqués debía partir dentro de tres o cuatro días, el sábado 6 de mayo, día fijado para la salida del vapor a cuyo bordo tenía ya su pasaje, prometiendo a la vizcondesa en su visita de despedida que desde Nueva York le pondría un telegrama anunciándole su llegada, y como se pusiese de pie para dejarla, la amable señora le presentó sus frescas mejillas cubiertas de rubor, diciéndole simplemente: Bese a su hermana.
Para nosotros, oh, infelices, que hemos hecho un telegrama a Lisboa, pidiéndola, a fin de proporcionarnos dos placeres inefables; primero, evitar ir con todos ustedes, sus baúles enormes, sus loros, sus pipas, etc., y segundo, para pisar tierra veinte horas antes que el común de los mortales.
Un mensajero del telégrafo se le acercó: ¿Cómo se llama usted, señor? Melchor Astul. ¿Tiene alguna tarjeta... o algo? ¡Sí, hombre! ¡Sí, es él! dijeron a dúo Lorenzo y Ricardo. El mensajero los contempló un instante, los miró, más bien, y entregándoselo a Melchor, le dijo: Un telegrama para usted.
Hallábase al otro día ocupada en los preparativos para marchar a París, cuando recibió un telegrama fechado en Burdeos, donde sin mas explicaciones, decía Manuel: «No salgas del pueblo: llegaré pasado mañana.» Su sorpresa no pudo ser mayor; pero ¿qué remedio, sino esperar y obedecer?
Lucía quiso hablar; pero parecíale que un dogal muy suave, de seda, se ceñía a su garganta, estrangulándola cada vez más. De improviso la soltó Artegui; ella respiró, adosándose a la pared, aturdida.... Cuando miró en torno, no estaba en la habitación sino Gonzalvo, que leía entre dientes el telegrama, olvidado por su dueño sobre la mesa.
Y he alargado la mano perplejo, temeroso. ¡Y no era nada! Es decir, sí que era algo; pero era algo grato, era algo jovial y sano. He aquí lo que decía el telegrama: «Llego mañana en el correo.» Verdaderamente, esto no traspasa los límites de una frase vulgar; pudiéramos decir que no sugiere nada agradable. ¡Pero es que este telegrama lo firma Sarrió! ¿Sarrió va a llegar mañana en el correo?
Una vez solamente en mi vida había recibido un golpe parecido. Era entonces un joven coracero, todavía, y una noche, al entrar en casa, encuentro un telegrama con estas simples palabras: «Tu padre acaba de morir.» ¿Qué fue lo que vi, señores?
La Historia mira con bondad su hazaña. ¿Quién puede acusar al que triunfa?... El profesor Hans Delbruck ha escrito con razón: «¡Bendita sea la mano que falsificó el telegrama de Ems!» Convenía que la guerra surgiese inmediatamente, ahora que las circunstancias resultaban favorables para Alemania y sus enemigos vivían descuidados.
Palabra del Dia
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