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Actualizado: 7 de junio de 2025
Sí que ha traído, señor Delaberge respondió el Príncipe que, al fin, se decidió a abandonar los umbrales de la puerta. Hay un telegrama para usted. Con tardo paso, se dirigió hacia una pequeña vitrina, fijada en la pared y en la cual se guardaban las cartas que llegaban dirigidas a los viajeros. Abrióla y entregó a su huésped un pequeño pliego.
Siguió un silencio prolongado, durante el cual Melchor sintió cien veces impulsos de sacar del bolsillo el telegrama de Clota, pero se abstuvo temeroso de provocar preguntas que no deseaba satisfacer.
No se aflija usted, señor.... Yo haré por volver pronto.... Cuídese usted mucho, por Dios... atienda usted al asma.... Vaya usted de tiempo en tiempo a ver al señor de Rada.... Si tiene usted algo, un telegrama volando.... ¿Palabra de honor? Después vinieron los apretones, los besucones, los pucheros del acompañamiento femenino, y el último encargo, y el último deseo....
El telegrama le había trastornado. No sabía lo que pensar, pero sentía una zozobra inmensa. Lo primero que le había venido al pensamiento era que Elena estuviese enferma, le hubiese ocurrido cualquier accidente. Sin embargo, no parecía natural que le avisasen en aquella forma enigmática. Luego pensó en Clara, en el niño. Tampoco imaginaba que era forma adecuada de darle la noticia.
Aquella noche hubo rancho extraordinario para los soldados, y en el campamento reinó la mayor alegría. Al día siguiente el capitán Perdomo con la modestia que le caracteriza, pasaba al Cuartel General un telegrama dando cuenta del encuentro del día anterior; pero restándole importancia, solo exponiendo el valor de sus soldados y la satisfacción que dá el deber cumplido. Teniente Arsenio Ortiz.
Estaba seguro de que le buscaba á él, trayéndole la más fatal de las noticias. Efectivamente, el telegrafista fué hacia su mesa y le entregó el despacho. Gillespie abrió el sobre con mano temblorosa, buscando inmediatamente la firma del telegrama. ¡Lo que él había pensado!... El despacho iba suscrito por mistress Augusta Haynes.
Monte-Carlo es así: muy chico para los que van al Casino y se rozan á todas horas; enorme, como una gran capital, para los que no se acercan á las salas de juego... El príncipe me pregunta por ella muchas veces. Parece que no ha conseguido verla después de la tarde del telegrama. Novoa recobró su gesto enigmático al oir el nombre de Lubimoff.
Me envió un telegrama desde Niza preguntando por tu salud a los tres días de la desgracia. Indudablemente se enteró por los periódicos. Han hablado de ti en todas partes, como si fueses un rey. El apoderado había contestado al telegrama, no sabiendo después nada de ella.
No consideró necesario leer las líneas del texto. ¿Para qué?... Sólo un acontecimiento terrible podía obligar á esta señora, tan enemiga suya, á enviarle un telegrama. Ha muerto; efectivamente, ha muerto. Danzaron ante sus ojos las luces del comedor; después se fueron debilitando, como si les faltase la fuerza del fluido. Un velo acuático acababa de correrse entre sus ojos y estas luces.
En la primera escala enviaremos un telegrama á mi criado para que lo transmita á la señora de Freneuse. Una vez que esa señora esté tranquila sobre la suerte de su hijo, todo irá bien. Los señores pueden bajar á comer cuando gusten, dijo el camarero apareciendo en la puerta de la cámara. ¡Á la mesa! Cada uno de ellos cogió á Jacobo por un brazo y los tres se dirigieron al comedor.
Palabra del Dia
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