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Actualizado: 7 de julio de 2025
No te duermas sobre los laureles, pillo, porque en cuanto yo pueda entenderme con ella, se lo he de aconsejar. No te hará caso. ¡Quién sabe! Le haré ver lo que tú eres con esa cara de angelito de retablo. Desde Santander, Miguel telegrafió a Pasajes, dando noticia de su llegada. Así que saltó del tren en Madrid, puso otro telegrama, y escribió aquel mismo día.
¿Por qué aquel telegrama revelador no había llegado el día antes? ¿Por qué venía cuando el «sí» fatal había sido pronunciado? ¿Por qué era ya tarde para desatar esos lazos malditos? ¿Para qué romper el corazón de una niña ignorante y crédula? ¿Y qué?
Su declaración, la última carta que le había dirigido la Condesa, pocas horas antes de su muerte, lo iban a explicar todo. No era general, sin embargo, esta confianza, y el mismo Ferpierre, después de su primer movimiento de estupor y de placer al recibir comunicación del telegrama, temía no poder salir aún de la duda.
El telegrama llegó a su hora, con el correspondiente «Sin novedad». Fue obra piadosa de don José el apoderado, el cual, visitando a Carmen todos los días y apelando a hábiles escamoteos para evitar la lectura de diarios, retardó durante una semana que se enterase de la desgracia.
Eran tantas, que abrumaban su pensamiento. Pero Alicia, como si temiese sus palabras, se le adelantó, hablando á su vez con acento monótono y triste. Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba de pronto la necesidad de abandonar Villa-Rosa y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la llegada del telegrama!... Ahora soy creyente dijo con sencillez.
Te ha puesto zalamero el telegrama... No, Ricardo; la zalamería, cuando no es ingénita, es contagiada. Yo no te he dicho que tú seas zalamero. Y como ustedes tampoco lo son, y yo no estoy más que con ustedes, quiere decir... Te dije que te habías puesto zalamero con el telegrama.
Pasó tarareando al comedor y al lado del plato encontró un telegrama que acababa de llegar. Explicaré todo.... Vuelvo apresuradamente. Roussel." Dejó el papel azul sobre la mesa y siguió almorzando, presa de un asombro indecible.
Melchor había advertido el cambio brusco producido en Ricardo, al mismo tiempo que observaba en Lorenzo uno de esos aplanamientos propios de su estado de ánimo y que tan hondamente lo preocupaban; en el espíritu de Ricardo, como en la naturaleza, las sombras se habían ennegrecido ante la luz, y la idea de aquel telegrama, de aquel mensaje de amor y de felicidad, irradiaba en su imaginación como un lampo de luz obnubilante.
¡Ahora!... no os ha visto... hay diez personas con ella... Venid a sentaros un momento aquí conmigo. El se vio obligado a sentarse a su lado. Nosotras también partiremos. ¿Vosotras? Sí, hoy recibimos un telegrama de mi cuñado que nos causó mucha alegría.
Fírmale el recibo, ¿quieres? y sacando del chaleco un montón de moneditas las dio al mensajero, diciéndole: Toma... para ti y se dirigió al telégrafo, mientras Ricardo, apoyado en la pared exterior de un vagón, escribía en el recibo del telegrama de Clota, este nombre: «Melchor Astul».
Palabra del Dia
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