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Actualizado: 7 de julio de 2025
Por primera vez en todo el día, pensó en su mujer y en su madre. ¡La pobre Carmen, allá en Sevilla, esperando el telegrama! ¡La señora Angustias, tranquila con sus gallinas, en el cortijo de La Rinconada, sin saber ciertamente dónde toreaba su hijo!... ¡Y él con el terrible presentimiento de que aquella tarde iba a ocurrirle algo!... ¡Virgen de la Paloma! Un poco de protección.
Mientras charla contra su costumbre, ha abierto la caja y está poniendo en orden las cartas preparadas. ¡Calla! Hay todavía un telegrama. Voy a llamar al muchacho. Liette extiende vivamente la mano y dice: Es inútil; este telegrama es para mí. Liette está sola. Ha faltado al deber profesional, al juramento, al honor y a la disciplina... ¡Es culpable, muy culpable!
Desde París, desde el Havre, hasta momentos antes de ir a bordo, la escribió cartas llenas de confianza y de ternura, a las cuales ella contestó con un telegrama, pues no había tiempo para más, en que discreta y veladamente ratificaba su promesa. Luego, cuando durante la navegación dejó de recibir aquellas frases que le recordaban el compromiso adquirido, volvió de nuevo a la resistencia.
A pesar de su aparente indiferencia, lo mismo el hostelero que su mujer sentíanse vivamente intrigados por ese telegrama encerrado en el sobre amarillo en que se ponen los despachos oficiales. Sospechaban que ese pliego contenía la respuesta ministerial y hacía ya más de una hora que aguardaban impacientes el regreso de Delaberge.
Juan se aproximó, y, tratando de afirmar su voz, le dice: Buenos días, María Teresa, ¿su papá sigue bien, verdad? Al llegar, he tenido, por Francisco, buenas noticias. Esto me ha tranquilizado; su telegrama me había alarmado mucho. Mientras él habla, la joven se ha serenado. Sí, la calma, el reposo, le han hecho gran bien. Nada sirve como el campo y el aire del mar para los convalecientes.
Dos minutos pasaron; Juana y su madre estaban paradas con la vista fija en la puerta del vestíbulo. Un sirviente apareció con una bandeja en la mano. Es un despacho para la señora dijo. Dadme dijo Juana adelantándose dos pasos. Esperó que el sirviente se hubiese retirado, y, sin abrir el telegrama miró a su madre. ¡Déjame abrirle! murmuró la señora de Latour-Mesnil tratando de tomar el telegrama.
El Presidente Mac-Kinley leyó el telegrama ante el Senado, donde se debatió para su ratificación el Tratado de París de 10 de Diciembre de 1898, en cuanto se refería á la anexión de las Filipinas, obteniendo por tan criminal medio, la aprobación total del referido Tratado, solamente por tres votos, los cuales se dieron con la protesta de hacerlo, en consideración al estado de guerra en estas islas.
Un telegrama de Londres para el Journal de Genève precisó, al día siguiente, que la enfermedad databa de un mes, y que el ataque apoplético, según la declaración de la prima de sor Ana, su única parienta, la había sobrevenido al leer una noticia funesta.
Juan lo abrió, presintiendo que venía de Etretat; leyó: «Tengo necesidad de ti, ven inmediatamente, esperamos. Aubry.» Juan quedó estupefacto. ¿Para qué podían necesitarlo? ¿Por qué llamarlo así bruscamente? ¿El señor Aubry habría recaído en su enfermedad? El laconismo del telegrama lo alarmaba. ¿Volver a Pervenche?... era un sufrimiento moral superior a sus fuerzas.
Lacante acaba de pasar una crisis que nos ha asustado un poco. Hace dos días recibí un telegrama de Elena advirtiéndome que su padre estaba enfermo y rogándome que llevase un médico. Correr a casa de Muret y llevármelo a la «Villa Sol», fue cuestión de una hora. Cuando llegamos, la crisis había terminado y encontramos a Lacante acostado por orden de su hija y bromeando agradablemente.
Palabra del Dia
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