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Actualizado: 7 de junio de 2025
En la gran chimenea abierta ardían enormes trozos de leña, y mientras estábamos de pie delante del fuego, calentándonos después del viaje, la señora Gibbons, que había sido informada de nuestra visita por un telegrama despachado con tiempo, nos anunció que había preparado para nosotros una buena cena, por que sabía que no íbamos a poder llegar a la hora de la comida.
Le había anunciado que Margaret sólo estaba enferma, para horas después enviarle un segundo telegrama con la terrible noticia de su muerte.... Y el telegrama estaba allí al alcance de su mano. Pero el telegrafista, un jovenzuelo de ojos maliciosos, le miraba sonriente, y se adivinaba en su sonrisa algo que tal vez tenía relación con el despacho.
Cuando nos paseábamos por los jardines de San Martino, tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios, ¡y yo, como una heroína de novela, como una colegiala loca, besándome contigo, haciéndote promesas!... Además, ¡la llegada del telegrama en la misma tarde que ibas á venir tú, como algo definitivo en mi existencia! ¿No vea una intervención superior, un castigo á mi maldad?
Y Carmen sonreía con una mueca dolorosa. Setenta y dos tardes de angustias, como un reo de muerte en la capilla, deseando la llegada del telegrama al anochecer y temiéndola al mismo tiempo. Setenta y dos días de terror, de vagorosas supersticiones, pensando que una palabra olvidada en una oración podría influir en la suerte del ausente.
El criado de don Juan, que no la perdió de vista desde que se apeó del tren, se albergó en el mismo establecimiento, y después de saber dónde se había alojado, a fuerza de propinas, consiguió que le trasladasen a una pieza contigua a la que ella ocupaba: en seguida de lo cual dirigió a su amo un telegrama.
¿Tanto, eh?... Y Melchor, ¿dónde está? Me dijo que ya venía... Aquí viene. Fui a hacer un telegrama dijo Melchor, respondiendo a Ricardo. ¿Un telegrama?... ¿a quién? Menos averigua Dios, y perdona... ¿Subamos? Instalados en sus asientos y de nuevo en marcha, Ricardo no pudo reprimir su curiosidad e insistió en su pregunta: Y al fin, ¿a quién telegrafiaste? ¡Qué curiosidad!
Suponiendo que el telegrama fuese realmente de miss Dodson, ¿no podía ser una venganza de mujer despechada y celosa?... Raúl había podido ser amable, demasiado amable, coquetear con ella, turbar la imaginación de la pobre muchacha y hacerle acariciar una loca esperanza... De esto a admitir aquella monstruosa acusación... Con todo, los términos eran precisos y formales...
Había recibido de Marsella un largo telegrama referente á Ferragut. Un espía sometido á la justicia militar le acusaba de haber trabajado en el aprovisionamiento de los submarinos alemanes. ¿Qué hay de eso, capitán?... Ulises quedó indeciso, mirando la cara grave del marino encuadrada por una barba gris. Este hombre inspiraba confianza.
Debe ser curioso ver á un regimiento de esos fanáticos, entregados á consultar sobre el destino de sus vidas. Cuando estábamos al pie de la loma de "La Gloria", y antes de haberse recibido el telegrama del general Monteagudo, el general Mendieta me confesó que aquella posición estaba ocupada por más de 2.000 hombres armados, sin contar los desarmados, que sumaban un crecido número.
Después siguieron tres días en que estuve sin noticias, tres días de tortura y de fiebre; al fin llegó el telegrama de mi cuñado: «Marta dio luz varón con felicidad. Te reclama, ven pronto.» Con el telegrama en la mano corrí en busca de mi patrona y le pedí permiso para ausentarme por el tiempo necesario. Ella me lo negó.
Palabra del Dia
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