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Actualizado: 16 de junio de 2025


De repente Tarlein se dio una palmada en la frente exclamando: ¡Pero la guardia, la guardia de honor, que vendrá aquí, verá y se enterará de todo! ¡Bah! No la esperaremos. Iremos a caballo a la estación de Hofbau, donde tomaremos el tren, y cuando llegue la guardia ya habrá volado el pájaro. ¿Y el Rey? En el sótano, adonde lo voy a transportar ahora mismo. ¿Y si lo descubren? No lo descubrirán.

no tienes que levantarte temprano. ¡Venga otra botella! Y despaché otra botella, o, mejor dicho, parte de ella, porque lo menos los dos tercios de su contenido se los apropió el monarca. Tarlein renunció a predicar moderación y pronto nos pusimos todos tan alegres de cascos como sueltos de lengua.

Pero hay que aparecer lo más afable del mundo con el cardenal, a quien esperamos atraer a nuestro partido ahora que tiene una cuestión pendiente con Miguel el Negro sobre asuntos de procedencia. Llegamos a la estación, y Tarlein, que había recobrado en parte su presencia de ánimo, dijo brevemente al sorprendido jefe de estación, que el Rey había tenido a bien modificar sus planes.

José puso apresuradamente sobre la mesa numerosas botellas. ¡Acuérdese Vuestra Majestad de la ceremonia de mañana! dijo Tarlein. ¡Eso es, mañana! repitió el viejo Sarto. El Rey vació una copa a la salud de «su primo Rodolfocomo tenía la bondad de llamarme, y yo apuré otra en honor «del color de los Elsbergbrindis que le hizo reír mucho.

Tarlein se encogió de hombros, como tenía por costumbre. Tendremos que avisar que está enfermo dijo. Me parece lo único que podemos hacer asentí. El viejo Sarto, en quien la francachela de la víspera no dejara el más leve rastro, había encendido su pipa y fumaba furiosamente. Si no lo coronan hoy dijo, apuesto un reino a que no lo coronan nunca. ¿Pero, por qué?

Yo mismo llevaré la noticia y la daré lo mejor que sepa y pueda. ¿Creen ustedes que el Rey está bajo la influencia de un narcótico? preguntó Sarto. Yo lo creo repliqué. ¿Y quién es el culpable? Ese infame, Miguel el Negro rugió Tarlein. Así es continuó el veterano; para que no pudiera concurrir a la coronación. Raséndil no conoce todavía a nuestro sin par Miguel.

Me despertó repentinamente una sensación de frío; el agua chorreaba de mi cabeza, cara y traje, y frente a divisé al viejo Sarto, con su burlona sonrisa y con un cubo vacío en la mano. Sentado a la mesa, Federico de Tarlein, pálido y desencajado como un muerto. Me puse en pie de un salto, y exclamé encolerizado: ¡Esto pasa de broma, señor mío! ¡Bah! No tenemos tiempo de disputar.

Aquí le dejo a usted algo más precioso que la vida y la corona le dije; y lo hago porque en toda Ruritania no hay hombre que más merezca mi confianza. Le devolveré a Vuestra Majestad la Princesa sana y salva, y si esto no es posible la haré Reina. Nos separamos, regresé a palacio y dije a Sarto y Tarlein lo que acababa de hacer.

Llegó el tren, tomamos asiento en un coche de primera, y Sarto, cómodamente arrellanado, reanudó su lección. Consulté mi reloj, mejor dicho el reloj del Rey, y vi que eran las ocho en punto. ¿Habrán ido a buscarnos? ¡pregunté. ¡Con tal que no descubran al Rey! dijo Tarlein inquieto, mientras que el impasible Sarto se encogía de hombros.

Burlados entonces los invasores, se retirarían, permitiendo al Duque disponer con toda calma del cuerpo del Rey. Sarto, Tarlein y yo en mi lecho oíamos con horror aquellos detalles de la maldad del Duque y de la audacia de su plan. Fuese yo al castillo ocultándome o en pleno día, solo o al frente de mis tropas, el Rey estaba condenado a morir antes de que yo pudiera acercármele.

Palabra del Dia

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