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Pero, ¿acaso no conozco yo a mi amado? ¡Rodolfo, amor mío! -No es el Rey repitió Sarto; y el acongojado Tarlein no pudo reprimir un sollozo. Entonces, al oír aquel sollozo, comprendió Flavia que había en todo aquello algo más que una chanza o una equivocación. ¡, es el Rey! exclamó. Es su cara; su anillo, el mío. ¡Oh, , es mi amor! Vuestro amor, señora, dijo Sarto.

Jóvenes, leales y valientes, les bastaba que el Rey manifestase sus deseos; lo único que deseaban era mostrarle su buena voluntad, y tanto mejor si para ello tenían que desenvainar la espada. Así quedó trasladado el teatro de los sucesos desde Estrelsau al palacio de Tarlein y al castillo de Zenda, que se alzaba sombrío y amenazador al otro lado del valle.

Nuestra bonita Dalila de la posada, atraerá al Sansón del castillo. La precaución del duque Miguel, de no tener mujeres en el castillo no basta, amigo Tarlein. Para lograr completa seguridad, se necesita que no haya faldas en cincuenta leguas a la redonda. Conque las haya en Estrelsau me basta dijo el enamorado Tarlein dando un suspiro.

Todas las otras personas presentes estaban en pie, excepto el tunante de Tarlein, que arrellanado en un sillón galanteaba a la condesa Elga. Al entrar yo se levantó de un salto, mostrando tanto respeto hacia como indiferencia hacia el Duque. No era extraño que éste no le tuviese buena voluntad. Tendí la mano a Miguel, que la estrechó, y le di un abrazo.

El Rey estará esperándonos, informado de todo por José, e inmediatamente se pondrá conmigo camino de Estrelsau, mientras que usted saldrá disparado para la frontera, como si lo persiguiera una legión de demonios. Comprendí el plan en un instante e hice un ademán de aprobación. Siempre es una probabilidad dijo Tarlein, que por primera vez mostraba alguna confianza en el proyecto.