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Actualizado: 16 de junio de 2025
Contestará usted que sólo los Príncipes de la sangre tienen derecho a ello. Bueno se pondrá el Duque replicó Tarlein echándose a, reír. ¿Queda bien entendido? repitió Sarto. Si la puerta de la cámara real se abre durante nuestra ausencia, ha de ser después de muerto usted... No hay para qué recordármelo, coronel repuso Tarlein con altivez.
Pero ¡cómo se entiende! exclamó Federico de Tarlein, que también se hallaba presente. ¿No vamos a desollar a Miguel el Negro? Poco a poco, caballerito dijo Sarto frunciendo el ceño. Sería una satisfacción, sin duda, pero podría costarnos cara. ¿Creen ustedes posible que si cae Miguel deje vivo al Rey?
Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.
Me sentía débil y fatigado, pero Tarlein se apresuró a darme la buena noticia de que mi herida curaría pronto y que entretanto todo iba bien, pues Juan el guardabosque había caído en el lazo que le tendimos y se hallaba en nuestro poder. Y lo más raro es continuó Tarlein, que no parece muy contrariado de verse aquí.
¡No quiero mensajes de parte de Miguel el Negro! exclamé. Pues entonces oiga usted el plan que le propongo por mi cuenta. Ordene un ataque decisivo contra el castillo, encomendando la dirección del asalto a Tarlein y al viejo coronel... ¡Adelante! Pero diciéndome de antemano la hora exacta del ataque. Eso es. ¡Me infunde usted tanta confianza! ¡Bah!
Sarto esperó hasta cerca de las dos y media, y después, en cumplimiento de mis órdenes, había enviado a Tarlein a buscarme por las cercanías del foso. No hallándome, habían conferenciado ambos, proponiendo Sarto seguir al pie de la letra mis instrucciones y regresar a escape a Tarlein; pero el buen Federico se negó rotundamente a abandonarme, cualesquiera que fuesen las órdenes recibidas.
Y de lo contrario añadí, hubiera yo dudado mucho del buen gusto de la condesa Elga. Entró la buena moza, le di tiempo de poner la botella sobre la mesa para evitar que con la sorpresa la hiciera pedazos, y Tarlein llenó un vaso, que me ofreció. ¿Sufre mucho este caballero? preguntó la joven. Ni más ni menos que la primera vez que te vio dije desembarazándome.
Si hubiera sabido hasta qué punto podía leerse mi genealogía en mi aspecto, lo hubiera pensado mucho antes de visitar a Ruritania. Pero a lo hecho pecho. En aquel momento se oyó una voz imperiosa entre los árboles: ¡Federico! ¿Dónde te has metido, hombre? Tarlein se sobresaltó y dijo apresuradamente: ¡El Rey! El viejo Sarto se limitó a reírse con sorna.
El Rey comía con apetito, Tarlein moderadamente y Sarto con voracidad. Yo me mostré buen comedor, como lo he sido siempre, y el Rey lo notó, sin ocultar su aprobación. Nosotros, los Elsberg, nos portamos siempre bien en la mesa, observó. Pero ¿qué es esto? ¿Estamos comiendo en seco? ¡Vino, José! Eso de engullir sin beber se queda para los animales. ¡Pronto, pronto!
Aquella primera noche, en vez de saborear la excelente comida que me habían preparado mis cocineros, dejé que los caballeros de mi séquito la despachasen a su gusto, bajo la presidencia de Sarto, mientras yo cabalgaba en compañía de Tarlein hacia la villa de Zenda y más particularmente hacia cierta posada que allí conocía.
Palabra del Dia
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