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Actualizado: 16 de junio de 2025


Levantábase á las tres, cargaba con los cestones de verduras cogidas por Tòni al cerrar la noche anterior entre reniegos y votos contra una pícara vida en la que tanto hay que trabajar, y á tientas por los senderos, guiándose en la obscuridad como buena hija de la huerta, marchaba á Valencia, mientras su marido, aquel buen mozo que tan caro le costaba, seguía roncando dentro del caliente estudi, bien arrebujado en las mantas del camón matrimonial.

Este «abismo» era una metáfora sacada de sus lecturas de periódicos radicales, y hacía alusión á las creencias fervorosas y simples del viejo. Pero el cariño por el capitán, el ser todos de la misma tierra y el empleo del valenciano como lengua de la intimidad, les bacía buscarse á los dos instintivamente. Caragòl era para Tòni la persona más cuerda de á bordo... después de él.

Al verle de pie, sus dos camaradas se aproximaron sonriendo á Ferragut, «¿Qué deseaban tomarLes invitó á sentarse en torno de su mesa; pero tenían prisa: iban á ver al consignatario de sus barcas. Ya lo sabe, capitán dijo el patrón al despedirse . Esos demonios le buscan para jugarle una mala pasada. Usted sabrá por qué... ¡Mucho ojo! En el resto de la tarde hablaron poco Ferragut y Tòni.

no sabes de lo que soy capaz por hacerte dulce la existencia... ¡Y quieres perderme!... Sonó un choque en la puerta, un roce de cuerpos que se empujaban, una frotación de lucha contra la madera. Tòni había entrado, seguido de Caragòl.

Era café mezclado con aguardiente de caña, pero en desiguales proporciones, siendo más el alcohol que el líquido negro. Tòni bebía rápidamente todos los vasos ofrecidos. El capitán los rechazaba, pidiendo café puro. Su sobriedad era la del antiguo nauta: la sobriedad del padre Ulises, que mezclaba el vino con agua en todas sus libaciones.

Este hombre conocía su secreto: era el único á quien había hablado del aprovisionamiento de los sumergibles alemanes. ¡Mi pobre Esteban!... ¡Mi hijo! No vacilaba en establecer una fatalista relación entre la muerte de su hijo y aquel viaje ilegal, cuya memoria le pesaba como un pecado monstruoso. Pero Tòni fué discreto.

Una colisión á la entrada del puerto con un buque-hospital inglés que iba á los Dardanelos abolló su popa, rompiéndole además una aleta de la hélice. Tòni rugió de impaciencia al enterarse de que tendrían que permanecer cerca de un mes en forzosa inmovilidad. Italia no había intervenido aún en la guerra, pero sus precauciones defensivas acaparaban todas las industrias navales.

Despojó su esquilada cabeza del eterno sombrero de palma, fijando sus ojos rojizos en el capitán, que seguía escribiendo después de contestar á su saludo. «¿Qué significaba cierta orden que había recibido de prepararse para dejar el buque dentro de unas horas?...» Debía ser una burla de Tòni, excelente sujeto, pero enemigo de las cosas santas, que gustaba de irritarle á causa de su piedad...

¡Tòni! ¡soy yo! dijo con voz sofocada por la violencia de la carrera. Al pisar la cubierta del buque recobró instantáneamente su tranquilidad. Ya no hubo más disparos. El silencio era lúgubre. A lo lejos lo cortaron silbidos de pitos, voces de alarma, ruido de carreras.

El marino la escuchó con interés, vuelta la espalda á la mesa. Yo soy alemana y... Al despertar Tòni todas las mañanas con las primeras luces del alba, experimentaba una sensación de sorpresa y desaliento. ¡Todavía en Nápoles! decía mirando por el ventano de su camarote. Luego contaba los días.

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