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Actualizado: 16 de junio de 2025
Por más que él hiciese al ser hombre, nunca llegaría á igualarse con este triunfador que le había dado la existencia... Cuando el buque llegó á Barcelona sin su propietario de vuelta de Nápoles, el hijo de Ferragut no experimentó ninguna sorpresa. Tòni, que era siempre de pocas palabras, las prodigó en la presente ocasión.
Ferragut quedó silencioso. También él había palidecido, pero de sorpresa y de cólera. ¡Luego eran ciertos los anuncios de Freya!... No quiso fingir incredulidad ni mostrarse temerario y despreciador del peligro cuando Tòni siguió hablando. ¡Ojo, Ulises!... Yo he reflexionado mucho sobre este suceso.
Tòni intentó una objeción. Les era fácil encontrar viajes más seguros é igualmente fructuosos; podían ir á América... ¿Y mi venganza? interrumpió Ferragut . El resto de mi vida quiero dedicarlo á hacer todo el mal que pueda á los asesinos de mi hijo. Los aliados necesitan barcos: yo les doy el mío y mi persona. Conociendo las preocupaciones de su segundo, añadió: Además, pagan bien.
Tòni, el segundo, se burlaba de sus entusiasmos devotos. La gente de proa, materialista y tragona, le escuchaba en cambio con deferencia, por ser él quien medía el vino y los mejores bocados.
A las nueve de la mañana del día siguiente, cuando el capitán se vestía en su camarote para bajar á tierra, Tòni abrió la puerta. Su gesto era fosco y tímido al mismo tiempo, como si fuese á dar una mala noticia. Esa está ahí dijo lacónicamente. Ferragut le miró con expresión interrogante... ¿Quién era «esa»?...
Y con una paciencia de bestia sumisa esperaba que le diesen por las verduras el dinero que se había fijado en sus complicados cálculos, para mantener á Tòni y llevar la casa adelante. Después de esta venta corría otra vez hacia su barraca, deseando salvar cuanto antes una hora de camino. Entraba de nuevo en funciones para desarrollar una segunda industria: después de las hortalizas, la leche.
A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un café del Borne, a su amigo Toni Clapés, el contrabandista. Era un hombretón de rostro afeitado y carilleno, con traje de payés. Parecía un cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma.
Y salió del buque sin volver la cabeza, con paso acelerado, como si corriese á la realización de algo que llenaba su pensamiento. Tòni corrió también hacia el ventano del camarote de Ulises. ¿Ya se ha ido? preguntó éste con impaciencia. El piloto asintió con la cabeza. Se había ido prometiendo no volver. Así sea dijo Ferragut.
Le acompañó hasta su buque el recuerdo de este hombre como una obsesión, sin lograr que su memoria diese una respuesta á sus preguntas. Luego, al verse en la cámara de popa con Tòni y el tercer oficial, volvió á olvidarlo. En los días sucesivos, al bajar á tierra, su memoria experimentaba invariablemente el mismo fenómeno.
Cuando Jaime se metió en su cama, tres horas después de la media noche, creyó ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capitán Valls y de Toni Clapés. Parecían hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. «Me opongo», repetía el marino con risa irónica. «No hagas eso», aconsejaba el contrabandista con gesto grave...
Palabra del Dia
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