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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Por último, si bien tenía abierto el balcón, por ser verano, le parecía que iba a ahogarse allí por falta de aire, y que el techo le pesaba sobre la cabeza, y que para respirar necesitaba de toda la atmósfera y para andar de todo el espacio sin límites, y para alzar la frente y exhalar sus suspiros y encumbrar sus pensamientos, de no tener sobre sí sino la inmensa bóveda del cielo.
Ella volvió la espalda a su marido, insensible a los suspiros que daba. Desvelados estuvieron ambos largo rato, cada cual por su lado, muy cerca materialmente uno de otro, pero en espíritu Fortunata se había ido a los antípodas.
Pero Juan Bou desconcertaba todas las disquisiciones de sus oficiales, porque de repente se volvía triste y daba unos suspiros que habrían partido la piedra litográfica si esta fuera un poco menos dura. Creyérase que se incomodaba consigo mismo y que quería echar de sí una mala idea.
Sí, señora, de Guimarán, de don Pompeyo, que se está muriendo y quiere que le vaya a confesar el señorito. Hijo y Madre dieron un salto; doña Paula quedó en pie, don Fermín sentado en su lecho. Se hizo entrar a la criada de Guimarán y repetir el recado. La criada lloraba y describía entre suspiros la tristeza de la familia y el consuelo que era ver al señor pedir los Santos Sacramentos.
Un murmullo de ayes y suspiros se levantó en la obscuridad de la estancia. Algunas mujeres sollozaron. El sol acababa de ocultarse, y blanda, lentamente, las parroquias tocaban las oraciones. Era un coro, un llanto continuo de campanas cantantes, de campanas gemebundas en el tranquilo crepúsculo.
Pero como todo anda trocado le tocó esa mula rezona de Carolina... ¡Todo al revés! ¿Qué mujer de mérito no se empequeñece y anula al lado de este poquita-cosa de Bringas, que no ve más que menudencias, y es incapaz de hacer una brillante carrera y de calzarse una posición ilustre?... Ya, ¿qué se puede esperar de un hombre que, cuando le ofrecen un gobierno, en vez de saltar de gozo se pone a dar suspiros y a decir: «más que el bastón me gustan mis herramientas?...» ¡Oh, Pez, aquel sí que es hombre!
Tu vasalla soy, pero no tu esclava; ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en poco la humildad de la mía; y en tanto me estimo yo, villana y labradora, como tú, señor y caballero. Conmigo no han de ser de ningún efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas, ni tus palabras han de poder engañarme, ni tus suspiros y lágrimas enternecerme.
Pues en mi casa continuó la delgadita, dejando de chuparse el dedo todo es un puro merengue. Mi mamá no come más que pastelillos; mi papá, bizcochos; y yo, jalea; y mi hermana Carmen, suspiros. No queremos puchero, porque no es de tono; y por eso a las muchachas les damos hojaldre.
Sus suspiros me lastimaban sobremanera, y al tocar los umbrales de la puerta me dijo: ¡Qué maravillas vas a saber de mí!
De mis labios se escapaban las más bellas estrofas de mi poeta favorito; mi mano trazaba en la tierra rojiza un nombre amado, y entre las sombras que bajaban en tropel hacia la llanura creía yo ver la silueta donairosa de gentil doncella. A tales delirios, que delirios eran, y nada más, sucedía en mi alma cierta melancolía dolorosa que me arrancaba suspiros y humedecía mis ojos.
Palabra del Dia
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