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-Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes -le dijo don Quijote-, que yo doblo la parada del precio. -Dese modo -dijo Sancho-, ¡a la mano de Dios, y lluevan azotes! Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas, y daba en los árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma.

En cambio, le declaraba de continuo que le amaba más de amistad que á ningún otro ser humano; y cuando le declaraba esto, se le veía al chico hasta la última muela, sentía una beatitud soberana, y daba por bien empleados sus, para otras cosas, inútiles y perennes suspiros. Y no se crea que Tomasuelo era canijo, ruín y tonto.

De vuelta de la China, muy cargada Encuentran una nave de tesoro: A su diccion y mando fué entregada Con suspiros, y lágrimas y lloro. En breve ha sido toda despojada De sedas, brocateles y fino oro. Un clérigo allí viene enriquecido, Que en verse así robado, está afligido.

»Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en ella visto, porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedía, con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores.

Fué en una noche blanca en que las susurrantes melodías del viento eran largos suspiros; fué una noche en que mi alma, recostada en tu seno, admiraba tus formas con mágico delirio; fué en una hora romántica en que el cielo del trópico era un arpa encantada, cuyos lejanos cirios alumbraban unánimes tu efigie soberana de mayestático ídolo.

Contestó Doña Paca con una sarta de suspiros sacados de lo más hondo de su pecho, y Benina se lanzó, con fiebre y tenacidad de idea fija, a pensar nuevamente en el maravilloso conjuro. Trasteando sin sosiego en la cocina, con los ojos del alma, no veía más que el cazuelo de los siete bujeros, el palo de laurel, vestido, y la oración... ¡demontres de oración! ¡Esto que era difícil!

D. Diego y D. Paco estaban sentados en el corredor, el uno frente al otro, mirándose como dos esfinges de la tristeza, y en las manos del último los verdes cardenales indicaban el suplicio de que había sido víctima. El infeliz anciano a ratos hendía los aires con la ráfaga de sus fuertes suspiros, que habrían hecho navegar de largo a un navío de línea.

De un amante enternecido ruegos ¿qué no han ablandado? ternezas ¿qué no han vencido? suspiros ¿qué no han obrado? lágrimas ¿qué no han podido? Solo en mi triste se vieron ruegos que no enternecieron, ternezas que no importaron, suspiros que no ablandaron, lágrimas que no pudieron.

Llegóse el día de la partida de don Antonio, y el de don Quijote y Sancho, que fue de allí a otros dos; que la caída no le concedió que más presto se pusiese en camino. Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Félix.

El ruiseñor volvió a cantar con timidez, como un artista que teme ser interrumpido. Lanzó algunas notas sueltas con angustiosos intervalos, como entrecortados suspiros de amor; después fue enardeciéndose poco a poco, adquiriendo confianza, y comenzó a cantar, acompañado por el murmullo de las hojas agitadas por la blanda brisa.