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Actualizado: 29 de junio de 2025


El poético aparato del culto católico imponíase a la muchedumbre con toda su fuerza sugestiva. Las mujeres llevábanse las manos a los ojos, humedecidos sin saber por qué, y las viejas golpeábanse con furia el pecho, entre suspiros de agonizante, lanzando un «¡Señor, Dios míoque hacía volver con inquietud la cabeza a los más próximos.

Cierto que no le cogeré; porque habrá saltado por el balcón; pero no me negarán que entró... Le he visto yo, le he visto pasar por delante de la botica... En la escalera ha dejado su huella, su rastro, rastro y huella, señores, que no se pueden confundir con nada... pero con nada. ¡Pues estamos divertidas! dijo doña Lupe a Fortunata, que daba suspiros mirando a su marido con lástima intensísima.

Quedé falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.

Por debajo de las rizadas enaguas aparecían sus pies desnudos, pues habían hecho promesa al Cristo de seguirle descalzas durante la procesión. Pasaban también ancianas apergaminadas y rugosas como debía ser la «Viuda del farolito» , que lanzaban suspiros y lágrimas contemplando el dorso del milagroso Señor.

Así el vivir me mata, que la muerte me torna a dar la vida. ¡Oh condición no oída, la que conmigo muerte y vida trata! Cada verso déstos acompañaba con muchos suspiros y no pocas lágrimas, bien como aquél cuyo corazón tenía traspasado con el dolor del vencimiento y con la ausencia de Dulcinea.

Durante la comida no había dicho una palabra; tenía el color arrebatado, estaba muy inquieto, dando a cada instante suspiros hondísimos. Cuando subió a acostarse no tenía ya el rostro encendido, sino de color de cola. «¿Tienes jaquecale preguntó su mujer, viéndole desplomarse en una silla y apoyar la cabeza en las manos.

Oía los suspiros que daba el infeliz, y en una de aquellas aproximaciones, Maxi cogiéndole las manos, se las apretó con afecto. Algo había en el alma de Fortunata que respondía a tal demostración de ternura. Sentía hacia él cariño semejante al que inspira un niño enfermo, efusión de lástima que protege y que no pide nada.

Rosalía suplicó con más vehemencia que el día anterior, y Torquemada negaba y negaba y negaba, acentuando su crueldad con la pavorosa aparición de la rosquilla en el espacio comprendido entre las miradas de los dos interlocutores. La Pipaón confió a las lágrimas lo que no habían podido conseguir los suspiros.

Tentado estuvo de dejar á sus compañeros y seguir á la joven. Ben Zayb á duras penas pudo disuadirle. Paulita seguía andando y se veía su hermoso perfil, su pequeña cabeza graciosamente peinada moverse con natural coquetería. Nuestros paseantes continuaron su camino no sin suspiros de parte del fraile-artillero, y llegaron á una tienda rodeada de curiosos, que facilmente les cedieron sus puestos.

-Esta es, señores, la verdadera historia de mi tragedia: mirad y juzgad ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oístes y las lágrimas que de mis ojos salían, tenían ocasión bastante para mostrarse en mayor abundancia; y, considerada la calidad de mi desgracia, veréis que será en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della.

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