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Esta brusca aparición de Rosalinda en el preciso instante en que pensaba en su dueña, fue para Delaberge dulcemente sugestiva, tanto que le indujo a modificar sus primeros planes. Al salir por la mañana de Sol de Oro no pensaba hacer aquel mismo día su visita a la señora Liénard. Había decidido dejar pasar algunos días, temiendo que pareciese de mal gusto una prisa excesiva.

El bondadoso M. Dormeuil reparó mejor. Es cierto dijo. ¡Oh! Usted triunfará pronto. En usted esas cejas constituyen una originalidad y un contraste más. La observación es justa. Como Derval, otros muchos actores han acelerado la hora de sus éxitos, merced á la expresión sugestiva de sus facciones.

Todas las noches al llevarle un vaso de agua azucarada podía observar, junto con el señor Le Bris, cómo disminuían la tos y la fiebre. Un día asistió al acto de desembalar una caja mucho mejor cerrada que la que él había traído de París. De ella vio salir un lindo aparato de cobre y de cristal, una pequeña máquina muy sencilla, y tan sugestiva, que al verla sentía uno no ser tísico.

»Yo no me decidía a hacerlo; pero el doctor me indicó con una seña que accediese a su súplica y entonces obedecí. »Pero, ¡ay! esta vez no se levantó mi pobre Magdalena para venir hacia sostenida por el mágico poder de esa sugestiva melodía. Casi no logró incorporarse en el lecho, y al extinguirse la última nota lanzó un suspiro y con los ojos cerrados se desplomó sobre la almohada.

Y no es la única página en que el libro ejerce una influencia sugestiva, forzando a meditar. Hay párrafos, al tratar del canal de Panamá y de los Estados Unidos, que hacen abrir tamaños ojos de asombro. Pero sobre algunas cuestiones tuvo ya el autor un cambio de cartas con el señor Pedro S. Lamas, como puede verse en la Revue Sud-Americaine.

Si hasta me parecía oír aquella voz argentina, insinuante, sugestiva, que sonaba en mis oídos como el canto de un arpa eólica.

El poético aparato del culto católico imponíase a la muchedumbre con toda su fuerza sugestiva. Las mujeres llevábanse las manos a los ojos, humedecidos sin saber por qué, y las viejas golpeábanse con furia el pecho, entre suspiros de agonizante, lanzando un «¡Señor, Dios míoque hacía volver con inquietud la cabeza a los más próximos.

El alma fuerte y recta de María Teresa la hacía prudente, aunque estuviese bajo la influencia sugestiva de Huberto, y si inconscientemente prolongaba el misterio de su decisión, era para estudiar a aquel futuro novio y no exponerse a entregar a un ser indigno la hermosa y noble ternura que los corazones apasionados transforman en perdurable amor.

Le juró que rompería con él, que lo abandonaría, que le quitaría a su hijo, que promovería un escándalo, que se mataría. La sugestiva dama estaba muy hermosa en su furia; tenía el aire de un pajarito asustado, ante el cual un enamorado no podía permanecer insensible. El conde pidió gracia, pero firme en su resolución.