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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¡No; no, señor! intenciones de más que eso he tenido... ¡pero quiero tanto á mi mujer!... á la pobre han debido darla algún bebedizo. ¿Ha podido sospechar vuestra mujer que conocéis su falta? No; no, señor. Pues bien, seguid obrando en vuestra casa como si nada supiérais. Sí; sí, señor. ¿Qué pretende el duque de Lerma de esa doña Ana?
¡Silencio, es su marido! EL GRUESO ROMANO. ¡Ah, sí, no me acordaba ya! ¡Cielos, qué sed tengo! Me bebería un lago entero, sobre todo con la cenita que me dieron anoche. ¡Si supierais, señores romanos, qué bien guisa mi Proserpina! ¡Es toda una artista! ¡Silencio! EL GRUESO ROMANO. Bueno, he soñado esta noche que la Roma fundada por nosotros se desmoronaba. Casa por casa, piedra por piedra...
Y el cura también respondió madama Scott. ¡Ah! sí, señor cura, ¿queréis dejarme decíroslo? ¡Si supierais cuán feliz me considero por haberos encontrado tal cual sois! Esta mañana en el tren, ¿qué os decía, Bettina? ¿y hace un momento en el carruaje?
¿No le habéis dicho que Elena es hija de un oficial de húsares y que fué robada a una nodriza cerca de Bruselas? ¡Qué pregunta! A Dios gracias, no se me escapó una palabra a ese respecto. ¡Qué impavidez y qué osadía! Pero la denegación es inútil. Habéis querido vengaros de mí y le habéis dicho a Marta que la niña fué conducida al castillo sin que vos lo supierais.
¡Ah!, señor; la necesidad... Ese implacable déspota... ¿Con que no viajáis por placer? Ese placer es para los ricos, y yo soy pobre. ¡Por mi gusto!... ¡Si supierais el motivo de mi viaje, veríais cuán lejos está de ser placentero! ¿Adónde vais, pues? A la guerra, a la guerra civil, la más terrible de todas: a Navarra.
¡Dios mío, Godfrey! dijo con tono compasivo, porque inmediatamente pensó que su marido debía sentir el deshonor más vivamente aún que ella. El dinero estaba en la Cantera prosiguió Godfrey , todo el dinero del tejedor. Todo ha sido recogido y en este momento llevan el esqueleto al Arco Iris. Pero yo me vine a contároslo todo; no he podido contenerme, era preciso que lo supierais.
En el primer momento no podía hablar y balbuceaba palabras confusas; pero la posesión del precioso documento pronto le devolvió la energía. Dominó su conmoción y exclamó apretando con ansia febril la mano del intendente: ¡Oh Mathys! ¡Si supierais cuán feliz me siento! El más bello sueño de mi vida parecía desvanecerse para siempre y hete aquí que se realiza de golpe. ¡Gracias, gracias!
Fuerza era que yo amara á alguien. ¡Lo confesáis! Había pretendido que no lo supiérais; había tomado mis medidas para ocultároslo; pero como vuestro acento me amenaza, y ningún derecho tenéis sobre mí, sino delante del mundo, y aquí estamos solos, os lo confieso: amo á un hombre y soy suya... es más... lo seré. ¿Y quién es ese hombre? Don Francisco de Quevedo. ¿Y está aquí? Aquí está.
Que, en una palabra, el duque de Lerma paga y se cree amado, y don Rodrigo Calderón, que no la paga y á quien ella ama, la engaña amando á otra. ¡Ah! ¡Y si supiérais quién es esa otra, señor Francisco! Alguna cortesana que tiene tan poca vergüenza como don Rodrigo Calderón. Pues os engañáis, es la primera dama de España. ¿Por hermosa? No tanto por hermosa, aunque lo es, como por noble.
Besó a su hermana con mucha zalamería, y volviéndose al cura, dijo: Si supierais, señor cura, cuán buena es. ¡Bettina, Bettina! Vamos, Paulina dijo Juan, pronto, dos asientos más; yo te ayudaré. Y yo también exclamó Bettina, yo también quiero ayudaros. ¡Oh! ¡esto me divertirá tanto! Pero, señor cura, permitidme hacer de cuenta que estoy en casa.
Palabra del Dia
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